Ya va a dar la una de la
mañana y yo sigo despierto, -como siempre cuando algo me emociona para bien o
para mal- y aunque solo se trate de un corto paseo con la familia, parece que
todo conspira para no dejar que por fin el sueño venga y dulcemente me lleve a
ese país del que muchas veces he querido no regresar. Si bien sé que hemos
dejado casi todo listo, me mantiene intranquilo esa sensación casi intuitiva de
que todavía se nos escapó algún detalle que nos pudiera arruinar el día. Encima
tengo frío, pero no quiero molestar más a Isabel que no ha hecho menos que todo
lo posible para mantenerme contento y cómodo en su casa, como siempre mi
hermana, su cariño, sus protecciones y su predilección. Todavía no me
acostumbro a esta nueva cotidianidad de mis visitas a Popayán, y no es que no
disfrute pasar todo este tiempo en familia, en mi tierra natal y caminando las
calles que me vieron crecer, lo que pasa es que hay lazos que aun después de
desatados pareciera que la piel no se acostumbra a su nueva libertad, es como
sí se extrañara la ruda caricia de la cuerda que te ataba, una rara variante del
síndrome de Estocolmo supongo. A las 5:21 a.m. me despierta el golpe en la
puerta y sin tiempo de averiguar por qué no ha sonado el despertador, me
levanto de un salto para abrirle la puerta a mi hermano. En menos de diez
minutos estoy listo pero en seguida me llevo el primer desaire del día pues me
entero de que ya no iremos todos los que habían dicho que irían. Algunos con excusas de última hora, por
ejemplo mi primo Gustavo que apenas hace una hora llegó a dormir porque anoche
de nuevo hubo rienda suelta a la bohemia y al desenfreno; en un ejercicio de conciencia
no me atrevo a criticar nada porque todavía habrán en mí cuerpo algunas
consecuencias de la noche del miércoles, justamente en compañía del mismo
Gustavo y de Estiven. A razón de estas bajas in extremis y viendo que tan solo
somos nueve personas, decidimos que es mejor que vamos todos en el microbús de
mi tía, con lo que el desaire ahora es para Fabián que tendrá que quedarse con
la gana de conducir el campero de mi papá y hacer rugir ese motor en una
carretera que seguramente le exigiría todo lo que es capaz de dar. El clima
está peor de lo que cualquiera de nosotros hubiese previsto, yo para darme
ánimo y sin comentarlo recuerdo las muchas veces que alguien me dijo que cuando
el cielo de la ciudad está despejado seguramente arriba en la montaña habría un
fuerte invierno y viceversa, no lo comento porque nunca lo creí cierto. Con
estos minúsculos impases salimos rumbo a nuestro destino a las 6:00 am - una
hora más tarde de lo previsto- yo espero que Claudia no tenga demasiado
inconveniente con nuestra llegada más tarde de lo acordado.
La noche anterior mi
conversación con Claudia estuvo muy cordial y fluida, de esas que una vez
terminadas parecen dejar un buen sabor de boca, entre otras cosas me ha dicho
que necesitamos llevar chocolates, bebidas energizantes y bocadillos, - para
hacer la aclaración, es bien sabido por todo caucano que la palabra bocadillo
no se refiere a algún pequeño delicatesen ni tampoco a algún pastelillo, sino a
una barra de dulce artesanal de guayaba de sabor más bien agridulce y que goza
de una nutrida fanaticada a lo largo de la geografía nacional-. Cerramos la
conversación con algunas aclaraciones obvias y que nunca están demás acerca de
los atavíos adecuados, de las condiciones del viaje y de los detalles de sus
honorarios, por último una despedida cálida y amigable. Ya con esta
información, la noche anterior fuimos con Julián, Estiven, Gustavo y Erick a
aprovisionarnos de los consabidos chocolates, bebidas, guantes y gorros de
lana, es una suerte que justo estemos en semana santa, pues en esta época
abundan en Popayán los mercados artesanales y nos resultó muy fácil encontrar
un sitio dónde comprar ropa y accesorios para el frío. La señora que atendía en
el stand, más que señora una chica de unos 28 años, se mostraba bastante
coqueta con nosotros tratando de finiquitar alguna compra, claro está, pero sus
modales y sus palabras no resultaban ser ni medianamente femeninos ni mucho
menos cordiales o atractivos, se llamaba Paola al igual que mi prima y al final
su insinuación surtió efecto pues enseguida estábamos bromeando, alardeando y
tratando de hacer comentarios agudos y e insinuantes acerca del paseo que nos
aguardaba, al final parece que le caímos en gracia y logramos un descuento para
nada despreciable por nuestra compra.
Mencioné que iba
acompañado por Julián, Estiven, Gustavo y Erick, los tres primeros son mis primos
por parte de la familia de mi mamá, me dio gusto volver a ver a Erick después
de tantos años, es primo de Estiven y vive en Pasto, y al verlo vienen a mí
recuerdos lejanos de una muy buena época, cuando había terminado el colegio y
con dieciséis años sentía que podía comerme el mundo con ambas manos y beberme
a cántaros el cielo. La última vez que lo vi era un mocoso llorón, egoísta y
consentido que se ensañaba en ponerme de mal humor con sus niñerías y sus
caprichos, ahora después de cruzar un par de palabras lo percibo un muchacho
serio, amable y analítico y por alguna razón parece que todo lo que digo le
viene en gracia, así que de inmediato hay camaradería de por medio. Gustavo
recibe una llamada y se aleja del grupo y por lo que vislumbramos de su
conversación, de antemano sabemos que estará muy difícil que vaya con nosotros
al día siguiente, pues la promesa de alguna nueva conquista y de una noche de
tragos es definitivamente más fuerte que su espíritu ecológico-aventurero, si
lo pienso y hago un poco de memoria debería admitir que este pareciera ser un
rasgo familiar, aunque para mí esos días parecen alejarse cada vez más.
Ya en carretera la
actitud del grupo es notable, encendimos la radio del microbús y puedo oír
algunos tarareos en la parte de atrás, donde van además de mis compañeros de
alardeos y compras de la noche anterior, mis primas Ingrid y Paola y también
Juan Pablo de quien ni siquiera Paola, - su propia hermana- , sabe a si tiene
quince o dieciséis años y como ya se había dicho, Gustavo seguiría a esa hora
durmiendo su larga noche. En la cabina vamos mi hermano Fabián, que va
conduciendo y parece que ya se olvidó del campero, mi tío Jesús y yo; ya ha
dejado de llover y vamos saliendo de Popayán, antes de llegar a la estación de
gasolina pasamos frente a las casas de lenocinio en las afueras de la ciudad,
donde las meretrices estarían a esa hora descansando y no puedo evitar pensar
en una crónica que leí hace un par de días y que relataba que durante los días
santos en Popayán resultaría casi imposible que ellas accedieran a atender a
sus clientes por el dilema moral y religioso que ello suscitaría, también recuerdo
enseguida la difundida creencia del imaginario ancestral, coloquial y un
tanto absurdo payanés, que sugiere que quien incurriera en conductas sexuales
durante los días santos sufriría una penosa metamorfosis de hombre en pescado,
y a mí se me ocurre que de ser verdad ni juntando los mercados de Noruega y
Japón se igualaría la oferta de pescado Payanés. Ya detenidos en la estación de
gasolina, mi hermano y yo acordamos con plena convicción que con treinta mil
pesos de gasolina sería más que suficiente para el viaje de ida y vuelta,
seguimos el trayecto de muy buen humor, ante nuestros ojos el clima mejora
bruscamente y vamos intercambiando opiniones bastante ligeras acerca del
escenario político y social del país. Sin mayor contratiempo, unos 40 minutos
de viaje de por medio y preguntándole únicamente a un campesino que nos
encontramos por la carretera llegamos a lo que parece ser una casa comunal del
cabildo coconuco; dos hombres, uno de ellos portando un bastón de mando
indígena, nos salen al paso para preguntarnos nuestro destino, yo respondo
amablemente a sus preguntas, aclarando que Claudia estaría ya esperándonos y
que todo está previamente acordado con ella, sin embargo no parecen estar muy contentos
con la noticia y nos advierten que todo lo que tenga que ver con visitas eco
turísticas al parque debe estar estrictamente bajo su conocimiento. No son muy
amables, sin embargo insisten en decirnos que no les interesa ponernos ningún
tipo de problema y yo siento que de hecho ya nos están retrasando sin ningún
motivo, nos permiten seguir nuestro trayecto no sin antes cobrarnos cuatro mil
pesos por persona, nos advierten de una amonestación para Claudia por no seguir
los protocolos del cabildo y como ella ya con la llamada de la noche anterior
me ha caído muy bien, no puedo evitar sentirme molesto con este insuceso
étnico-burocrático.
Diez minutos más de
viaje, cinco de ellos por carretera sin pavimentar, y llegamos al hostal de
Pilimbalá, una hora después de lo acordado como ya se había previsto, el ánimo
no ha disminuido en lo más mínimo, estamos ansiosos, al bajarnos del micro
sentimos de inmediato el frío intenso, estamos casi a cuatro mil metros de
altitud y como buenos novatos calentanos enseguida corremos a ponernos los
guantes, los gorros y las bufandas. A la entrada del hostal un cartel
informativo con los detalles de la ubicación geográfica del parque, fotos de
los lugares destacados, lagunas, saltos de agua, corrientes de aguas termales y
azufradas y también fotos de las especies animales más representativas del
parque: el oso de anteojos -único plantígrado sudamericano-, la danta, el
venado-conejo, y por supuesto el cóndor andino, emblemática ave sudamericana
que hasta hace un par de décadas estaba poco menos que extinta por estas
latitudes. Por lo menos en mí el entusiasmo alcanza su clímax, ¿Qué le
voy a hacer? Soy como un niño de treinta años que por lo menos hace veinte
tenía ganas de venir, no veo la hora de tomar el desayuno para empezar la
travesía; nos recibe una señora muy gentil que nos informa que Claudia ya está
lista, nos sugiere tomar de una vez el desayuno y por último se queja de las
bajas temperaturas de la noche anterior que no le han permitido tener un sueño
reparador. Entramos entonces al comedor, Fabián tiene algunos recuerdos de la
única vez que vino y con nostalgia nos comenta de la buena forma física de la
que gozaba por esos días, con diecinueve años, -entre líneas demuestra la
preocupación por su más que evidente barriga actual- y aprovecha para resaltar que
en esos días ya hubo alcanzado la cima del volcán y recuerda que detrás del
hostal antaño existían unas piscinas termales, un lugareño presente en el
comedor confirma su versión indicándole que una avalancha no muy reciente ha
borrado del mapa dichas piscinas. Nos sentamos a la mesa para tomar el desayuno
y mi tío empieza a bromear diciendo que los huevos revueltos que nos han
servido probablemente serían huevos de cóndor, a juzgar por su tamaño, pero mi
primo Julián enseguida replica desmintiendo la versión y aclarando que
indudablemente los huevos no serían de cóndor sino más bien de danta. Es un
buen tipo mi tío Jesús, también me ha dado mucho gusto volverle a ver, en el
camino no perdió oportunidad para presumir contándonos con intencional tranquilidad
de sus constantes paseos en bicicleta
hasta Puracé, el pueblo que está en la carretera cinco minutos antes de la casa
comunal del cabildo y donde el campesino nos confirmó que íbamos por el camino
correcto. A pesar de sus constantes pisoteos a mi forma física, le he seguido
la conversación amigablemente, intentando como es habitual en mí, de vez en
cuando lanzar un comentario que bien pueda incomodarle y sacarle de sus
casillas, en permanentes emboscadas a su indeleble buen humor y su amabilidad.
Es un buen tipo como ya lo dije, buen padre, muy correcto, creyente católico
empedernido y recuerdo que muchas veces llegué a compararle con Ned Flanders,
por su buena forma física –envidiable para un hombre de su edad- su mostacho
negro y poblado de años pasados y desde luego por sus prejuicios religiosos y
sus convicciones en rigor circunspectas y un tanto mojigatas.
Después de terminar
nuestro suculento desayuno con arroz, huevos de especie desconocida, chocolate
y pan, y previo haber encargado las truchas que esperamos tener para el
almuerzo tras la vuelta, por fin nos encontramos con Claudia, una chica
indígena de unos veinte años, amable, de voz apacible y de muy buenas maneras,
- a mí me parece que tiene una calidez y una belleza indígena notables y que
debe tener uno que otro pretendiente en el resguardo- se presenta al grupo y en
compañía de un funcionario gubernamental de la oficina de conservación del
medio ambiente nos dan un discurso acerca de la historia del parque, sus
características geográficas y biodiversas, recomendaciones para la caminata y
posterior ascenso. Entre otras cosas nos dicen que debemos llevar un paso
tranquilo y constante, que evitemos detenernos a descansar porque reasumir el
paso resulta desgastante, que nos hidratemos tomando sorbos pequeños y que
probablemente vamos a sufrir dolores de cabeza y por supuesto asfixia por la
falta de oxígeno en el aire. Nos advierten acerca de la importancia de la
conservación del ecosistema y de las especies, nos sugieren marchar con mucho
respeto y buena actitud y por último observan que estamos sobre abrigados y que
todavía no era necesario llevar guantes, gorros y bufandas, cruzamos miradas
unos con otros sintiéndonos un poco apenados por nuestra ridícula resistencia
al frío. Nada de esto parece menguar nuestra motivación, enseguida nos volvemos
a subir al micro mientras guardamos de nuevo los vergonzosos accesorios de
montaña y ahora en compañía de Claudia vamos cinco minutos más por carretera
hasta la entrada a la mina de azufre.
No encontramos a nadie
en la caseta de acceso por carretera a la mina, de manera que nos vemos
obligados a dejar allí el micro y a partir de ese momento empezaría nuestra
caminata, el clima es muy favorable y permite apreciar a cielo abierto todo el
paisaje, empezamos a caminar y a disparar fotos a diestra y siniestra,
instantes después Claudia nos propone tomar las fotos de regreso para no
retrasar más la travesía, nos adentramos pues en el camino de la mina y de esta
forma nuestro ascenso ha tomado forma. La mina pareciera abandonada, mi hermano
pregunta por su funcionamiento y para sorpresa también mía, nos dicen que
funciona normalmente, aunque por ser viernes santo se encuentra en el más
sórdido estado de desolación. En el camino a ambos lados de la carretera
instalaciones muy deterioradas de la actividad minera y como fresilla en el
postre, una ambulancia abandonada que debe llevar por lo menos diez años
parqueada a la intemperie y a algunos metros de un túnel que pareciera ser la
mismísima entrada al averno, que no permite la visión a más de diez o quince
metros y que a mí se me antoja, le da al lugar las condiciones perfectas para
ser la locación de una tremenda película de horror. Seguimos el camino, es una
mañana tranquila, y las condiciones son perfectas para admirar las montañas y
la vegetación, ya se contempla un paisaje bellísimo, la vegetación y una
pequeña laguna nos dan la bienvenida al páramo, los mismos socavones de la mina
son espeluznantes, la fauna todavía sigue oculta a nuestros ojos, se ven a lo
lejos algunas vacas pastando entre las montañas y se oye próximo el canturreo
de algunas aves.
La respiración se vuelve
un poco difícil, pero ni siquiera se me pasa por la cabeza comentarlo a los
demás, en el fondo sabía que debía tomar el día como una prueba a mi
resistencia física, - la perseverancia y el aguante están ad-portas de pasar al
estrado-, soy muy consciente de la mala forma física en la que estoy, soy un
tipo que nunca hace deporte, que está sentado en una oficina de lunes a viernes
y que trata de aprovechar el poco tiempo libre para leer, ver fútbol en
televisión, hacerle cosquillas a la guitarra, ir a cine y de vez en cuando ir
por un trago, no soy precisamente un atlas o un hércules, me excuso diciendo
que me interesa más cultivar otras cosas y en el fondo creo que no es una
excusa del todo falsa. Tan solo un kilómetro después de iniciar la caminata
desde la mina todos empezamos a sentir un poco la falta de oxígeno, en mi caso
en un nivel perfectamente soportable, pero Juan Pablo tiene un gesto de hastío
tremendo, su cara cada vez toma más el tono de un fresco queso campesino y
empieza a demorar el paso de los demás, ante esta situación minutos después
Fabián y Jesús lo toman de los pies, lo levantan y lo mantienen suspendido boca
abajo, recordando una técnica que ambos aprendieron en sus días de servicio
militar y que según dicen, le servirá para aumentar el flujo de sangre y
oxígeno al cerebro, con lo que el pobre Juan Pablo empieza a dejar de parecer
un queso fresco, para empezar a parecerse a un gran pescado recientemente
atrapado y al que sus pescadores levantan de la cola orgullosos y posando para
la foto; foto que no tarda mucho en llegar pues Ingrid y Estiven se aseguran de
registrar el momento con sus respectivas cámaras.
Esperamos un rato más
para comprobar si la ruda técnica surte algún efecto sobre mi agotado y ahora
evidentemente frágil primo, pero al parecer el gesto de hastío es mucho más
notorio, continuamos nuestra marcha y ahora Claudia se queda de última en el
grupo para alentar al chico, darle ánimos y cuidar de que su situación no
empeore, creo que todos nosotros confiábamos en que mejoraría y que aguantaría
el resto del camino, pero al cabo de cinco minutos su impotencia y su
dificultad para continuar se hacen insoportables, de manera que además de la
hora de retraso con la que empezamos, vemos muy disminuido nuestro ritmo al
tiempo que también Ingrid ha empezado a mostrar señales de cansancio.
Entre las
recomendaciones iniciales se nos dijo que en dado caso que nos sintiésemos
sofocados deberíamos detener el paso, permanecer de pie y con las piernas semi
flexionadas agachar la cabeza dejando los brazos suspendidos hacia abajo como
quien intenta tocar sus pies con las manos pero sin forzar el tronco, una vez
asumida esta posición de muñeco huérfano de ventrílocuo se debería respirar
profundamente para ayudar a oxigenar mejor el cerebro, para entonces cada vez
que miraba hacia atrás parecía que veía a Ingrid en esta posición. Fabián ha
empezado a acusar un leve dolor de cabeza y dolor en las rodillas,
repentinamente ya no veo la motivación de unos minutos antes y como el retraso
incrementa, Claudia ha decidido cortar camino y no continuar por la carretera
por la que podríamos todavía ir en el micro si no hubiéramos encontrado
desolada la caseta de la entrada a la mina, para mitigar el retraso y salirle
al paso a la carretera vamos a subir por entre la montaña y la vegetación, siguiendo
un sinuoso camino por entre un terreno un poco pantanoso y donde ya se
encuentran algunos líquenes y musgos quemados por las bajas temperaturas. Hacia
el sur de repente hace su pomposa entrada el ‘Guardián del Puracé, un cerro
solitario que parece desprenderse de la falda y que si se mira desde el ángulo
adecuado -justo el que tenemos nosotros en ese momento- traza por entre los
relieves de la montaña el perfil de una cabeza con forma humana, como la de un
vigilante sigiloso que se ha recostado sobre el páramo para vivir eternamente
atento de quién sube a la cumbre. Claudia se detiene para asegurarse de que no
pasemos por alto la vigilante presencia, nos cuenta que estamos ascendiendo a
un volcán activo e imponente y también nos advierte de la variabilidad del
clima en la alta montaña, - puede estar de momento muy despejado y de repente
soltarse la ventisca y la borrasca-, los nativos aseguran que la montaña es
altamente sensible al humor y al estado de ánimo de sus visitantes y que si se
detecta una actitud negativa o irrespetuosa inmediatamente invoca a la
inclemencia de las lluvias y el acoso de los vientos gélidos para ahuyentar a las
presencias indeseadas. Yo me muestro interesado ante su relato, de modo que
continua ahora resaltando el nombre del volcán, ‘Puracé’ que en la lengua
coconuco* significa ‘Montaña de fuego’, bautizado así por los nativos de la
región que guardan un profundo respeto, como es común en todas las culturas
prehispánicas, para con la madre tierra, de paso menciona Claudia que
‘coconuco’ hace referencia a un gran monstruo maligno de cuello blanco,
enseguida y como por acuerdo previo mi hermano y yo replicamos que el congreso
de la república está atestado de coconucos y también que hay muchos coconucos
de una peligrosidad terrible que acechan, atormentan y depredan al país.
La pendiente empieza a
hacerse más empinada y lo húmedo y pantanoso del terreno aumenta drásticamente
la dificultad del ascenso, para este momento ya Juan Pablo ha empezado a
quejarse vehementemente, amenaza con no seguir caminando y quedarse sentado en
medio de la montaña; los demás lo alentamos a seguir pero su reacción es de
rechazo automático, intentamos sin éxito razonar con él y decirle que es
imposible que se quede solo e inmóvil en medio de la montaña, pero ante su
obstinación optamos por mostrarnos indiferentes, de manera que refunfuñando
seguimos el camino impertérritos tratando en el fondo de generar en él algún
tipo de motivación negativa, y como no hay ningún otro remedio, parece que la
indiferencia da resultado y a regañadientes y mostrándose entre disgustado,
llorón y resignado sigue su marcha con una lentitud tediosa, no obstante
Claudia continúa alentándolo y siguiéndolo muy de cerca y muy atentamente,
Julián en actitud inconmovible se ajusta los audífonos de su reproductor de
música y continúa su andar mientras va silbando canciones pop de los noventa. Faltan
unos 500 mts. en ascenso para llegar a una antigua base militar donde a lo
lejos se ven algunas antenas de radiocomunicaciones, mi pobre primo a estas
alturas genera en mí una dualidad de sentimientos que pasan por la ternura y
condescendencia por ser todavía un hombrecillo en plena formación, hasta la
desaprobación y el rechazo por aguantar tan poco y sobre todo por el retraso
que nos está causando, de manera que no sabría si en ese momento quería decirle
‘vamos que ya tenés 16 años, ya estás grandecito’ o tal vez pensaría ‘apenas
tiene 15, es lógico que no aguanta más este paso’, finalmente Jesús se queda
atrás y le ayuda tendiéndole su hombro como apoyo para continuar la marcha. -
hasta ahora y después de tres sobrinas, una de ellas con diecinueve años, y un sobrino
más en gestación del que todavía no se sabe su sexo, empiezo a entender y
sentir ese instinto de protección casi paternal que puede despertar un sobrino
en su tío- . En estas condiciones, con un paso muy cansino y el ánimo ahora sí
notoriamente disminuido llegamos a la base militar y es momento de tomar
decisiones respecto a la continuidad de nuestro ascenso.
Mi primera impresión es
que ‘base’ es una palabra demasiado generosa para una casa de unos 80 metros
cuadrados de área, dos o tres rudimentarios interiores y separada 5 metros de
un almacén igual de antiguo y descuidado, tras el que se yerguen un par de antenas
de radiocomunicaciones y una veleta que a estas alturas resuena intensamente estremecida
por la potencia de los pulmones del páramo. Hay algunas personas en su interior
pero mi curiosidad no alcanzó para dedicar ni un minuto a la vida social de
alta montaña, de modo que nos sentamos ahí, junto a la puerta del almacén,
recostados contra las paredes y sin mayor intención que descansar y recuperar
un poco de fuerzas. Juan Pablo descansa y aún sigue de muy mal humor, como
reprochándonos a todos el que lo hayamos llevado a tan exigente tortura, Paola
no desaprovecha el momento para regañarlo, le recrimina su llanto, trata de
hacerlo sentir mal frente al grupo insinuando que es una situación habitual con
él, pero inmediatamente ve en su instinto protector de hermana mayor la excusa
perfecta para dar por terminada su caminata, así que manifiesta su derrotero
quedándose ahí junto a su hermano y argumentando verse impedida para dejarlo
solo, los demás tratamos de hacerle continuar, animándola y diciéndole que es
una tontería haber venido hasta allí y no intentar siquiera el ascenso final,
pero ella en una actitud que yo percibo de un altruismo fraternal notoriamente
falso, insiste en que no hay posibilidad de que ella deje solo a su hermano
menor, a pesar de que el guarda a cargo de la base nos ha dicho que no
hay ningún problema con que Juan Pablo nos espere adentro, a salvo del frío,
mientras nosotros pasamos en el descenso de regreso. De inmediato Fabián acusa
que su dolor en las rodillas ha aumentado ofreciéndose él mismo a quedarse con
Juan Pablo, cosa que deja sin fundamento alguno cualquier excusa de Paola que
viéndose sin el más mínimo derecho de alegato prefiere guardar un incómodo
silencio. Fabián decididamente anuncia su dimisión, recordando nuevamente su
ascenso de años atrás y promete que al cabo de unos meses y previa adecuación
física va a volver hasta la cima para limpiar su orgullo; en ese momento hace
su arribo un grupo de seis personas que hasta hace media hora apenas los
veíamos lejanos cuando mirábamos hacia atrás, tres hombres y tres mujeres de
entusiasmo notorio, uno de ellos es pelirrojo y Fabián bromea un poco
diciéndonos que si alguien visiblemente corroído puede llegar a la cima,
seguramente cualquiera de nosotros sin problemas llegaría. Aprovechamos el
descanso para hidratarnos y comer un poco de bocadillo y chocolates, de
inmediato advierto que nos van a sobrar provisiones. Claudia saca de su morral
una lata de atún que viene a ser su almuerzo y empieza a abastecerse ávidamente
para no demorar mucho más la marcha, ya estamos hacia las once y treinta de la
mañana y ahora nuestra última preocupación es Ingrid que ya parece haber
recuperado fuerzas y no duda demasiado en continuar el ascenso. Así es que nos
despedimos de Fabián y de Juan Pablo que se quedan en la base y tomamos rumbo
por la parte de atrás del almacén. A partir de allí no hay una carretera qué
seguir en el ascenso, empezamos resueltamente el camino entre fango, musgos,
líquenes y nieves de páramo – nombre con que se le conoce a cierto tipo de flor
de apariencia gélida que vamos encontrando cada vez más frecuentemente a
nuestro paso- apenas unos metros de ascenso y vemos que el grupo ha tomado ya
su morfología habitual, en la que adelante vamos los entusiastas, Erick, Julián
y yo, seguidos por Jesús y Claudia que intercambian palabras muy poco fluidas y
por último y con un paso que consternaría al más optimista de todos los
entusiastas a excepción de los que ya he nombrado, vienen Paola, Ingrid y
Estiven. Lo de Estiven es apenas razonable, pues mi primo además de un tremendo
carisma cuenta con unos noventa y tantos kilos de peso que no se deben
precisamente a masa muscular fíbrica.
Yo por mi parte me
deleito con el paisaje, estoy pendiente del más pequeño detalle y me aseguro de
compartir cada impresión con Julián y Erick, el camino está perfectamente
delineado por las huellas de los caminantes, profundas huellas de botas en el
fango que nos advierten que cada paso debe ser premeditado y cuidadoso si no se
quiere contribuir con la bota a hacer más pronunciado el trazo del camino, de
manera que el ascenso se hace más interesante, de repente trayectos fangosos en
exceso, de repente una disyuntiva requiere una decisión inmediata de qué camino
seguir, la pericia se hace necesaria para dar un salto de uno a otro matorral
para que los pies no aporten una profunda huella más entre el barro, también
hay que ayudarse agarrándose de la vegetación para sobrellevar los pasos más
empinados, de pronto entre lo agreste del terreno se encuentran grandes tapetes
de musgos de un verde vivísimo y que a los ojos parecen de un fino terciopelo,
pero que al tacto pierden su visible suavidad para convertirse en ásperos
tapetes de lija sobre los que es muy seguro caminar, pues no existe riesgo
alguno de deslizarse sobre su rugosa superficie; la hidratación es cada vez más
necesaria y frecuente, la niebla arrecia limitando con cada metro de ascenso
nuestro campo visual, el terreno es solo fango y vegetación de páramo y aunque
todavía se oyen lejanas algunas aves pequeñas, la única evidencia de fauna que hemos
tenido hasta ahora son las montañas de estiércol vacuno que constantemente seguimos
encontrando en el camino; ningún venado, ninguna danta, oso o cóndor andino ha
asomado a nuestros ojos, aunque Jesús insista en que el excremento no
corresponde una vaca si no a alguna danta con complejos psicológicos y más bien
escatológicos de identidad. El viento, la brisa y la niebla ya nos han obligado
a utilizar guantes, gorros y bufandas, consciente de mi escaza resistencia a
tales condiciones llevo además lentes de sol, pues el viento azufrado lastima
los ojos como si llevase en sus furiosas corrientes gotas concentradas de
limón, tampoco se me ha olvidado aplicarme el protector de labios, pues desde siempre
he padecido los castigos deshidratantes del viento sobre mi boca. Cada vez que
miramos hacia atrás vemos que se hacen más notorias las dificultades con las
que Ingrid, Paola y Estiven siguen su marcha. El clima ya no es nada favorable
y Claudia por primera vez nos advierte que no es muy probable llegar a la cima,
el paisaje repentinamente ha cambiado y ha empezado a borrar la vegetación para
en su lugar mostrar grandes rocas volcánicas que de alguna forma han sido
lanzadas hasta allí desde las fauces de la montaña de fuego, rocas imponentes y
amenazantes que, muy a su pesar no sirven de refugio contra el viento; habiendo
notado esta precaria protección al tiempo que a lo lejos se divisan las
siluetas de un grupo de caminantes que viene en descenso, Ingrid y Paola han
resuelto establecer el límite de su alcance
físico-aventurero-ecológico-desafiante y comunican su decisión de quedarse al
abrigo de una gran roca a esperar al grupo que viene en descenso para bajar en
su compañía, Claudia preocupada por la situación pero consciente de que nuestro
ímpetu está todavía lejos de menguar, accede a dejar solas a mis dos primas,
únicamente porque reconoce a lo lejos a uno de sus colegas que viene liderando
al grupo descendiente y dirigiéndose entonces a ellas, les advierte que no
deben sentarse a descansar y que va a hablar con su colega en un par de minutos
cuando nos lo encontremos en el camino para que pase a encontrarlas junto
a la roca y continuar con ellas el descenso hasta la base. Solo ante estas
condiciones seguimos nuestro paso y Claudia ahora nos previene diciendo que
solo avanzaríamos una hora más hasta donde nos permita el clima que ahora es
inclemente. No es necesario comentarlo entre nosotros para darnos cuenta de lo
mal recibidas que han sido estas palabras por nuestros oídos, pues creo que
ninguno de nosotros contemplaba la posibilidad de emprender el regreso sin
haber dado un vistazo hacia las entrañas del inframundo.
El paisaje rocoso
perfectamente delimitado como por una curva de nivel trae consigo vientos más fuertes, helados y azufrados, el
grupo reducido a seis personas y a mí me trae la satisfacción de ver que hemos
superado ya dos terceras partes del recorrido y mi físico parece todavía resistir
un round más. Mi respiración y pulso van estables, tan solo un poco agitado, el
cansancio normal tras más de 4 kilómetros de caminata de alta montaña, indago a
Julián y a Erick por su condición y ninguno profiere lamentación alguna, no he
hablado con Estiven desde hace más de una hora pues, ante la dimisión de Ingrid
y Paola, ahora es él quien va siempre atrás del grupo pero ¿qué más da?, ya su
presencia a estas alturas ha superado con creces mis expectativas en él, de
hecho yo mismo he superado las mías propias, a pesar de esto ya hace un buen
rato he desistido en mi intención de animar a los demás, ya no más arengas, ya
no más demorar el paso. El intempestivo cambio de la superficie me hace
recordar las clases de geografía en la escuela y la insustituible pirámide de
los pisos térmicos de colores: rojizos los primeros niveles, amarillos y verdes
los intermedios y azulada la cumbre, a
lado y lado de cada piso los rangos de altitud en metros y si la tarea exigía
un buen nivel de detalle, información de paisajes o especies, o incluso lugares
del territorio nacional dentro de cada clasificación, vienen a mí ipso facto las
palabras páramo, altiplano, tundra, taiga, nieves perpetuas y a decir verdad,
no creo que en esta era tecnológica el estudiante alcance tal grado de
recordación y sobre todo de aprendizaje cuando la tarea se limita a consultar,
hacer una inspección relámpago e imprimir, pero supongo que la opinión
pedagógica de un tipo tan chapado a la antigua no tiene lugar en este relato. Tardo
en notar que además de que ya no hay arbustos o matorrales, tampoco hay mierda
de vaca a nuestro paso, cosa que es de suponer pues no tienen ya los impasibles
rumiantes razón alguna para subir más allá de cierta altitud, por fin después
de más de una hora llegamos a una suerte de pequeño altiplano que además de
aligerar nuestro paso nos permite dar un momentáneo descanso a los pies, que de
a poco empiezan a mostrar los primeros síntomas de cansancio tras continuos
pasos en una pendiente que tiene más de vertical que de horizontal. El clima ha
empezado a congelar los dedos de mis pies, pues hace menos de diez minutos un
mal paso me hizo enterrar ambos zapatos en un lodazal, la suela de mi zapato
derecho se desprendió un poco y ahora se filtran fácilmente el agua y el frío.
Unas cuántas fotos del
paisaje, algunas del grupo y a falta de los últimos 1500 metros hasta la cima, junto
a Julián y Erick continuamos liderando
la travesía, ahora nos ocupa la necesidad de alejarnos lo más posible de
Claudia y sus perversas intenciones de dar por culminado nuestro ascenso, pero
lo que ella no sabe es que desde hace casi una hora aprendimos que el camino
hacia la cima está claramente marcado por rocas pintadas de amarillo separadas
no más de 100 metros entre sí, de forma tal que se minimiza la probabilidad de
extraviar el rumbo, siempre que la densa niebla permita a los montañistas divisar
las gigantescas migas de pan. Acordamos entonces que no le daríamos oportunidad
a Claudia de acercarse y apretamos decididamente el paso en una actitud
cómplice y temeraria que a mí por lo menos me inyecta de aliciente para
continuar, pero tras apenas unos minutos de acelerado andar rápidamente empiezo
a quedar en tercer lugar, veo a unos 8 metros delante mío a Julián que continua
a buen paso y unos 40 metros adelante apenas se dibuja la silueta de Erick
entre la niebla y caminamos entre un tupida y tosca alfombra de rocas
plutónicas de grano grueso que producen un mayor cansancio a cada paso. La
vegetación ahora es casi nula y parece que cada dos metros de avance requieren
de un sorbo hidratante del precioso líquido de la botella que llevo en mi mano,
a mis espaldas el morral con 3 litros de esta bebida, galletas y bocadillos que
en estas condiciones pesan como si el morral obedeciera a condiciones de
gravedad propias de Júpiter.
Terminando este pequeño
altiplano, una roca amarilla –miga de pan- anuncia la cima a 1000 metros y a su
vez empieza la parte más empinada del trayecto, la falta de oxígeno y de
matorrales para ayudar cada paso multiplican la exigencia del ascenso, pero
Erick no parece estarlo padeciendo, y alterna su andar entre resueltas tomas de
la delantera y espacios para divisar el paisaje y darnos espera y ahora entre
cada avance-espera, y reasumir el paso una vez le hemos dado alcance, una foto
más entre la niebla que limita el marco a un escaso par de metros. Para darnos
cuenta de qué tan atrás viene la otra mitad del grupo es necesario esperar un
par de minutos a que aparezcan dibujados sus contornos por entre el difuminado
horizonte. Aguardamos pues al cabo de un tramo de los más difíciles al pie de
una gran roca que nos cobija del viento, sentados y descansando tras una encumbrada
pendiente de unos 60 grados en promedio y unos 60 metros de longitud que a mí
por lo menos me ha terminado exigiendo más de lo imaginado, esperamos hasta que
Estiven nos alcance, la respiración notablemente agitada, el viento lastima los
ojos de mis dos compañeros que no están usando gafas, las piernas ya acusan
excesivo cansancio, al lector acostumbrado a este tipo de caminatas le
resultaría irrisoria y exagerada mi sensata descripción pues hasta aquí apenas
vamos llegando a las 5 horas de recorrido. Compartimos impresiones y
compartimos también mi botella de bebida energizante, tengo el pie derecho muy
húmedo y frío, pues el barro y la arena que se han filtrado en mi zapato han
roto el calcetín y a pesar de las molestias que me causan no me atrevo a
descalzarme para limpiar mi extenuado pie, una vez más nos reafirmamos en
nuestra intención de no renunciar hasta el final.
Más o menos unos diez
minutos después hacen su arribo los demás, se han quedado justo antes de
empezar el tramo que tanto me fatigó, al lado de una estaca que anuncia 700 mts
hasta el cráter, desde allí Claudia nos hace señas con sus manos y nos llama en
voz alta para que regresemos, pero el viento le exige gritar para que podamos
escucharla, cosa que parece quiere evitar cuanto sea posible, se asegura de no
gritar entonces más de lo necesario y un ‘muchachos nos devolvemos ya’ llega a
nuestros oídos para generar un gran desencanto, pues Estiven se ve bastante
maltrecho por las condiciones del clima y se ha resuelto no elevar más sus
pasos hacia la cumbre, en principio nos hacemos los sordos, estamos
enojadísimos por el llamado de nuestra guía. Decidimos entonces que Julián se
quedaría arriba junto a la roca mientras que Erick y yo descendemos hasta ellos
para proponerle a Claudia que nos permita continuar a solas el último tramo,
pero su sistemática negativa se ve interrumpida por Estiven, quien viendo nuestra
disposición infranqueable se ofrece a esperarnos junto a un enorme basalto
mientras intenta reponerse de su asfixia evidente, es claro que no estamos
dispuestos a recibir una desaprobación y Claudia lo comprende enseguida, así
que con gratitud y mucho de admiración me despido de Estiven que parece no
tendrá mucho problema en esperarnos, un último reasumir de la marcha previa
hidratación y foto de Estiven que quiere registrar en una imagen los límites de
su resistencia.
Entonces frente a mí una
revancha contra la pendiente de 60 metros, Claudia aborda con prisa y decisión
la marcha seguida por Erick; Jesús y yo ahora cerramos el depurado grupo, ambos
compartimos una condición física algo deteriorada por las embestidas del viento
y el ahogo, unos cuántos pasos y un fuerte desgarro de mi entrepierna en el
costado derecho va en directo desmedro de mi avance, este cruel tramo me ha
dejado contra las cuerdas y a punto de lanzar la toalla tan solo 200 metros después
de haber dejado en espera a mi primo, a lo lejos un grupo viene descendiendo a
paso apresurado y constante, nos animan a continuar pues creo que inmediatamente
notan mi evidente fatiga, yo les indago sobre el tiempo restante hasta la
cumbre y sobre las condiciones climáticas en la cima y la respuesta me devuelve
de inmediato al cuadrilátero de la perseverancia , pues un round de tan solo 10
minutos me separa de mi título mundial por decisión unánime. Busco entonces en
mis adentros la fuerza que le falta a mis piernas para desafiar los últimos
metros, hacia arriba ahora apenas las siluetas de Erick y de Claudia que parece
estar dándonos un fuerte escarmiento, Julián delante de nosotros sin proferir
demasiadas quejas, un exhausto Jesús que va un par de pasos arriba de mí, el terreno de ahí en adelante
es arenoso y húmedo, y las rocas son escasas y de un tamaño significativamente
menor, hacemos nuestro camino por entre una empinada cuesta dibujada por perpetuos
deslizamientos de arena que anticipan la cumbre final, los pies se hunden en la
arena por lo menos 3 pulgadas a cada paso, lo cual triplica el esfuerzo que
requiere cada avance, mi entrepierna me duele de forma terrible cada vez que
doy un paso con el pie derecho que ahora carga un puñado de arena entre la
suela abierta del zapato y la planta del pie. El espíritu sin embargo no se
doblega y me obliga a dar ahora un paso con la izquierda y ayudar con las manos
tras mis rodillas el subsiguiente paso derecho, cada metro de avance cuesta lo
de una vuelta corriendo a un campo de fútbol, sin embargo siento que no es esta
la parte más difícil de la marcha si no el hecho de ir cerrando el grupo, magnifico
entonces el esfuerzo hecho por Juan Pablo, Ingrid, Paola y Estiven quienes en
distintos momentos de la jornada compartieron esta condición. No puedo en este
tramo caminar erguido, pues debo arrastrar con las manos mi pierna derecha para
continuar, en estas condiciones me alegra que Estiven haya desistido de seguir,
pues no veo la más mínima posibilidad de que hubiera podido aguantar escenario
tan inclemente. Mientras escribo este relato he leído de algunos pueblos en
Perú y Bolivia que tienen sus asentamientos en altitudes similares e incluso
alcanzan los 5 mil metros, y un escalofrío recorre mi espalda de arriba abajo de
imaginar la cotidianidad de mis días inmerso en circunstancias climáticas tan
exigentes.
Efectivamente tras unos
diez minutos de poner al límite mis esfuerzos mentales y físicos termina el último y más exigente de los
escarpados trayectos que la montaña de fuego interpone entre sus faldas y
paisajes y los confines humanos de su seno magmático. Casi andando en manos y
pies llego enseguida de Jesús hasta a un aglomerado de rocas de mediana
importancia donde termina la ladera, dispuestas ahí para servir de asiento a
quienes llegan a la meta, nos están aguardando nuestros extasiados compañeros y
nuestra paciente guía. La satisfacción y complacencia de haber alcanzado el
objetivo me regocijan, el aire vuelve a los pulmones y las piernas recobran las
fuerzas perdidas, nos saludamos todos en gesto de felicitación y orgullo, ahora
mientras veo las fotografías ahí tomadas me es imposible encontrar en alguno de
nosotros el más mínimo gesto de cansancio o de fastidio. En la cima han vuelto
a aparecer rocas medianas, basaltos y gabros en su mayoría, todo alrededor es
gris: las rocas, el suelo y la niebla, la visibilidad no supera los 5 metros y
según nos dice Claudia, que con el nuestro acumula ya 20 ascensos hasta el
cráter, la temperatura debe estar por lo menos 4 o 5 grados bajo cero. A tan solo
cien metros de nosotros el gran cráter del volcán, así que sin mayor prórroga
avanzamos hasta él y entre la niebla aparecen ante nuestros ojos y justo en los
límites del descenso hacia las entrañas de la montaña, dos parejas de visitantes
que para nuestra sorpresa y minimizando nuestra gran proeza, están bailando una
canción de salsa que proviene de algún reproductor de música o teléfono celular,
lo que a Claudia le parece un gesto de poco respeto para con la montaña a
juzgar por sus gestos de enfado hacia las parejas. Pero a nosotros mucho no parece importarnos, en
otras circunstancias climáticas tendríamos una excelente panorámica de la
cordillera de los andes a la altura del gran macizo colombiano, pero la niebla
no lo ha querido así en esta oportunidad, En dirección al núcleo de la montaña
una vertiginosa pendiente que intimida de sobremanera: ninguna persona sensata
se atrevería a dar un par de pasos hacia abajo, pues un trágico deslizamiento
parece inminente y no parece haber oportunidad alguna de detenerse, el intenso
olor a azufre y algunas fumarolas lejanas obligan a imaginar un erebo próximo y
amenazante y si la niebla lo permitiera tal vez se podrían encontrar las huellas
que hubiese dejado cerbero en juguetones escapes hacia las afueras de su
hábitat.
Las fotografías de
rigor, unas del limitado paisaje que permite la niebla, unas de cada uno en
solitario y otras en grupo, Claudia se ofrece para tomarnos la foto a los
cuatro perseverantes, nos ánima a mostrar un poco de entusiasmo para la foto, y
en seguida me reprende por mis excesos celebrativos. Ahora llegan hasta
nosotros dos hombres que de dar la ronda por el cráter, se quejan firmemente
del clima, de la niebla y de la nieve presente del lado opuesto del cráter,
Claudia ante nuestro gesto de curiosidad señala que tardaríamos una hora en
hacer la ronda pero que la niebla haría que nuestros esfuerzos no merecieran la
pena y nos recuerda que la tardía hora – 2:30 p.m. - tampoco nos permite
continuar siquiera mucho tiempo más en la cima, de manera que nos sugiere tomar
las últimas fotos y alistarnos para el descenso.
Así pues nuestro próximo
objetivo está pactado en dar la ronda por el cráter buscando que el clima nos
acompañe, esto nunca se dijo pero asumo por los códigos de honor que ya se han establecido
a lo largo de la jornada, que Julián y Erick
tanto como yo, aguardamos con ansiedad la definición de una fecha para el
próximo ascenso. Sin mucho más por hacer en la cima, doy un último vistazo
hacia los territorios de hades antes de abandonar sus vecindades, levanto del
suelo un par de piedras gemelas angulosas cuyos destinos son un lugar entre mis
libros para una de ellas y según me he enterado ahora, el escritorio en la
oficina de su encantadora destinataria para la otra.
Sin intermediar palabra
Claudia inicia a un ritmo que me parece exagerado el regreso por entre el suelo
arenoso y vertiginoso en descenso. El paso acelerado es definitivamente menos
exigente de regreso, y no me sorprende que el último tramo que costó en ascenso
por lo menos 30 minutos, lo hemos cubierto de vuelta en tan solo 7, pero la
prisa y la superficie arenosa del suelo me han representado hasta ahí 3 caídas
tras sendos deslices en la arena que me han hecho bajar derrapando algunos
metros. Sin mucho más que contar de lo que el lector imaginará casi que de
forma unánime con lo ocurrido llegamos hasta el punto de espera de Estiven,
quien está notablemente recuperado y se une a nuestra marcha cuando alcanzamos
de regreso la superficie rocosa y con escasa vegetación, debo cuidar cada paso
pues la suela de mi zapato que ya tanto esfuerzo me ha costado es una latente
amenaza de irme de bruces contra una roca. El cansancio vuelve a estremecer mis
piernas, el hambre nos angustia a todos, Erick se ha ofrecido ayudarme con mi
morral y como me parece justo tras haberlo llevado durante todo el ascenso
acepto su ayuda sin dudarlo demasiado. El
camino de regreso no ofrece mucho a nuestros ojos, excepto por la panorámica que se extiende a medida
que se esfuma la niebla y un águila de páramo que levanta el vuelo buscando
entre la vegetación algo de alimento para posarse posteriormente a unos 40
metros de nosotros.
Treinta minutos más,
cansancio, hambre y por lo menos cuatro caídas de mi parte y algunas otras de
Estiven y Julián de por medio, llegamos a la base de las antenas, pero contra
lo que esperábamos no queda nadie ya en su interior con lo que da inicio el
operativo de localización vía celular de mis dos primas. La señal es débil y
aun nadie responde a las llamadas, mientras tanto llegamos de nuevo a la
carretera por entre los pantanos, el clima ha mejorado y teniendo en cuenta que
la carretera ha permanecido visible durante la mayor parte del camino de
vuelta, confiamos en que Ingrid y Paola fácilmente encontrarían el sendero para
regresar, por lo que su suerte en la montaña no ocupa demasiado nuestras mentes
como para, por lo menos, hacer olvidar el hambre y el cansancio. Ya en ruta por
la carretera y a un kilómetro de la mina de azufre algunas llamadas desde
Popayán suenan altamente preocupadas por las dos mujeres, quienes en un
insensato arrebato de preocupación por sentirse extraviadas tras un par de
horas sin encontrar el camino de vuelta llamaron a nuestros familiares en la
ciudad para informarles de su infructuoso divagar, cosa que ha hecho a su vez que
las mujeres de la familia entraran en pánico y por ese efecto bola de nieve que
genera siempre el sobresalto y que casi nunca lleva a resultados favorables,
han llamado a la cruz roja y creo que hasta a la defensa civil, generando la
cosa más parecida que haya visto en la vida a una tormenta en un vaso de agua. Ante
la noticia Claudia no puede ocultar su preocupación, su enojo e intranquilidad,
pues aunque comparte con nosotros alguna preocupación por el bienestar de mis
primas, también teme que el aviso a cuerpos de rescate pueda causar la pérdida
de su evidentemente necesaria fuente de ingresos. Casi con la puesta del sol
llegamos a la mina, el cansancio es inocultable, empero, hemos tomado descansos
obligatorios un par de veces durante el recorrido en la carretera.
Finalmente encontramos a
Ingrid y Paola frente a la caseta de entrada a la mina donde deberíamos haber
encontrado también el microbús, pero mis dos primas que se quejan de un
terrible cansancio y están en actitud de caprichoso reproche hacia todo el
mundo, nos tienen noticias de Fabián y Juan Pablo que las escuchan nuestros
oídos, pero que lastiman directamente nuestras maltratadas piernas: en el
trayecto hacia el hostal buscando su almuerzo, el microbús se ha quedado sin
gasolina y con el pueblo más cercano a por lo menos 6 kilómetros, recuerdo
haber visto en el camino por carretera una venta clandestina de gasolina que
debe estar por lo menos a una hora y media de camino a pie. Los ánimos del
grupo han quedado gravemente heridos dejando solamente lugar a la resignación,
las quejas y los reproches. Paola inculpa -sin decírselo directamente- a
Claudia por su extravío y una posterior caminata de aproximadamente dos horas
en búsqueda del camino de regreso, pues las inexpertas exploradoras haciendo
gala de una pobrísima memoria desviaron el camino siguiendo la carretera hacia
los confines de la mina hasta llegar a un punto de retorno obligatorio que las
ha dejado exhaustas y de muy mal humor.
Ya no hay sol y el frío
arrecia, mis piernas están a punto del calambre y siento como si miles de
pirañas arremetieran vorazmente contra los músculos de mis muslos y mis pantorrillas
y a su vez las plantas de mis pies sienten cómo el peso de mi cuerpo se ha
multiplicado por efecto del cansancio, siento que voy a reventar los zapatos si
no me los quito, no obstante no estoy dispuesto a dejar que los músculos se relajen
y empiecen a sentir posteriormente el dolor intenso del enfriamiento tras la
extenuante jornada, de manera que no hay muchas esperanzas de encontrarnos
pronto con el microbús y como el frío promete empeorar las condiciones decido
seguir caminando por lo menos hasta llegar al hostal, cosa que representaría
por lo menos 40 minutos más de caminata. Otra vez Julián, Jesús y Erick parecen
estar de acuerdo conmigo y de nuevo empezamos la marcha. El resto del grupo,
incluyendo a Claudia y las dos parejas de baile, sigue nuestros pasos por
carretera con la misma resignación y cansancio excesivo que intimida con llevar
en cualquier momento a alguno de nosotros al desfallecimiento. Tras unos
últimos 30 minutos de tortuoso andar por fin viene Fabián a bordo del microbús
a nuestro encuentro, ha tenido que empujarlo un largo tramo y por supuesto está
agotado, Juan Pablo padece de tos y fiebre por los acosos del clima. Fabián da
la vuelta al vehículo y en seguida subimos a él, un par de minutos después
dejamos a Claudia y los demás en la entrada al hostal, me despido gratamente de
ella y le pago los 35 mil pesos que habíamos acordado por su acompañamiento. Pasamos
pagando la gasolina que le han fiado a mi hermano dejando eso sí, algunos de
sus documentos personales como aval, un silencio prolongado acompaña la hora
del viaje de retorno bajo una estrellada noche de abril de 2012.