sábado, 11 de agosto de 2012

Ese menú en el restaurante

(Introspectiva)

Al parecer cada tanto en la historia de la humanidad aparecen unos seres que, por una insólita coyuntura de cinrcunstancias parecieran propender continua y frecuentemente hacia el desamor. Y se les da bien ese vivir en las profundidades de su malestar, lo hacen con plena naturalidad y se desenvuelven de maravilla en las artes melancólicas de la aciaga malquerencia. Estos individuos –sensibles por definición- son unos empedernidos adeptos a las penas del corazón, unos obstinados, auténticos paladines de las causas perdidas que se sienten cómodos en la nostalgia y en el anhelo de la persona amada. Vienen y van, algunos recorriendo las calles de la desesperanza, y orgullosos –mas no felices-  se pasean para que las personas puedan ver las sonrisas marchitas y la tristeza en sus ojos y las lágrimas contenidas, reservadas para las almohadas en las noches de máxima melancolía. Otro comportamiento muy característico de estos personajes es que buscan refugio en poemas, canciones y lugares que reclaman como propios porque ayudan superlativamente a recrudecer su pena,  traen a flote los más dulces recuerdos y  porque, seguramente, ninguna otra persona en el mundo ha logrado sentir a ese nivel esas palabras, ese paseo bajo la luna, ese menú en el restaurante o esas letras que por razones inverosímiles pareciera que alguien las escribió justa y únicamente para ellos. De ahí por qué resulta tan fácil identificarlos cada vez que caminan con profunda añoranza esas mismas calles, o cantan con mucho corazón y poca afinación esas canciones por demás ridículas, -claro, el amor en rigor debe serlo-, o cuando pronuncian el nombre del depositario de sus más nobles cobardes pensamientos. Y aunque no es mi intención demeritar en lo más mínimo la razón de ser, las motivaciones, desmotivaciones y desavenencias de estos incomprendidos seres, que tan necesarios y convenientes resultan a la sociedad, he de decir, y con mucha seguridad, que muy pocos de ellos han padecido o disfrutado del peor de los males del corazón, de aquel que nadie sabe ni quiere afrontar, pues mucho sabemos de cómo asumimos las tristezas, las pérdidas, las despedidas y los desengaños, pero muy poco sabemos de sobrellevar un desamor causado por una relación que nunca inició. ¿Cómo extrañar a esa persona que tanto nos hubiera gustado conocer?, ¿Cómo inventar un recuerdo romántico que resulte doloroso? ¿Cómo imaginar con certeza una feliz reconciliación? Dejarlo todo al imaginario no alcanza, no produce esa deliciosa tristeza a la que resulta tan fácil aferrarse, ¿cómo añorar unas palabras que nunca se dijeron y el dolor de una herida que nunca se causó? Es cruel y desolador, efímero y a la vez duradero, y a la vez tonto y patético y hermoso y extravagante y noble. Es así  como la confusión es total, es así como la fascinación que nunca empieza tampoco termina, es así como forzosamente el tiempo debe borrarlo todo –otra vez el tiempo- llevándose las arenas de la miseria, para dejarnos de nuevo expuestos al viento y al sol, y a la batalla perdida y a los menús en los restaurantes.

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