martes, 28 de febrero de 2012

Mis ojos

Te miro y no hay marcha atrás,
mis ojos frenéticamente se llenan de ti.
Córneas, iris, pupilas y cámaras dibujan pacientemente como
en un trazo suspendido en el tiempo cada forma y textura de tu cara.
Hay un punto ciego
en el que todo a tu alrededor se desvanece abrúptamente,
difumino el espacio y el lugar para que solo quedes tú, toda tú.
De pronto sonríes y mis ojos sonríen contigo
como debe sonreír la luna cuando refleja los rayos del sol.
Estrellas danzan alrededor del satélite,
un halo cercano a la ternura ilumina entonces mi entorno,
los niños juegan en las calles iluminadas de luna llena,
la marea se alebresta saludando tus facciones.
Hay un momento en que te vas,
y mis ojos vuelven a ser ojos,
una triste metamorfosis de satélite en órgano óptico,
Un cuarto perdido en esta translación de mis días
La luna nueva no existe,
Es el momento en el que mi memoria conserva esa imagen.
Mientras mis ojos humanos vuelven a encontrarte

domingo, 19 de febrero de 2012

Encuentro con lluvia 2010


Y cuando al fin sus miradas se encontraron una sonrisa automática se dibujó, de la nada, en sus rostros. Una sonrisa auténtica, enorme y espontánea de esas que aparecen en los escasos momentos cuando son las almas y no las bocas las que se encuentran y mutuamente abren una ventana para que la felicidad se filtre por todos lados e inunde cada rincón del espíritu. Una sonrisa que acompañó cada paso que él daba aproximándose a la banca bajo el nogal, donde ella le esperaba. A pesar del aguacero que insistió en interponerse, ya desde mucho antes ambos sabían que ni un diluvio de proporciones míticas los haría desistir de llegar allí, no era una vez más como todas las otras, y no porque las anteriores no hubieran sido igual intensas, igual de furtivas y de inolvidables: Era la última, tal vez la última de sus vidas, aunque ninguno de los dos en el fondo de su corazón lo hubiese querido, de ahí en más ambos habían resignado dejarlo todo en las manos del destino. 

Ya no quedaba mucho más que hacer, ninguna otra explicación qué pedir, eran solo los dos, el momento y el lugar, los anhelos desgastados y reprimidos, dos cuerpos atraídos como polos opuestos, polos sedientos, polos desprotegidos y con urgencia el uno del otro. La banca del parque de siempre fue su única testigo como tantas otras veces, la oscuridad y la lluvia eran sus aliados, el tiempo y el día siguiente sus enemigos mortales, eran fugitivos que escondían un crimen pues ella se había ya quitado el anillo y lo había guardado en un bolsillo de su abrigo al salir de su casa –un capítulo incómodo a los prejuiciosos ojos del mundo-.

Después de que un silencio, -silencio mitad culpable, silencio mitadtriste- los ahogara durante el trayecto de su taxi, llegaron al sitio de siempre -su refugio-, el único lugar libre de miradas y de simulaciones, blindado a prueba de todos esos comentarios en voz baja que no son más que flechas venenosas. -El mejor lugar sobre la faz de la tierra para esa configuración espacio-tiempo-individuos-. La luz débil de una lámpara sobre la mesita de noche pintaba sus caras de un amarillo pálido que impregnaba la escena enmarcando una fotografía inolvidable. Cuánto sobraba el abrigo, cuánto desenfreno en los movimientos y sin embargo todo parecía sutil y cuidadoso, cuán innecesario les parecía todo el mundo por fuera de esas cuatro paredes. Todo en el cuarto era perfecto, como debe serlo cuando el orden establecido del universo se congela para dar lugar a un encuentro tan especial, los teléfonos no tenían que sonar y no sonaron, el ruido de la carretera sobre la que está el hotel se había enmudecido para dar paso al sonido de la fuerte lluvia, no había  lugar para otra cosa excepto la piel, no importaba lo impersonal del sitio, ¿en qué otro sitio ocurren tantas y tantas historias tan íntimas y sobre todo tan personales? Las caricias parecían brotar a gritos, peleando una batalla perdida contra el tiempo, las sombras proyectadas en la pared blanca bajo la luz amarilla se juntaron y dibujaron las más hermosas figuras, jugando, persiguiéndose, mezclándose en armoniosos vaivenes, las luces de algunos autos se filtraban por la ventana para deformarlas, extenderlas y separarlas, pero las sombras insistían en no dejarse separar y se ocultaron, murieron juntas. El fin del mundo empezó entre las sábanas, fueron presos de las caricias, los besos de almíbar, abrazos enarbolados, las miradas que se decían todo lo que estaban sintiendo y lo miserables que se sentirían al día siguiente, las mejillas  empapadas por las lágrimas de ella y ahí, suspendidos en la cumbre del delirio se asieron en un abrazo que no se quería terminar y que sin embargo después se sintió increiblemente corto.

Poco a poco la sensatez de la cruda realidad volvía a sus mentes, aunque él continuaba un poco perdido en ese perfume tan de ella y que tanta sobre excitación le causó siempre, ella no pudo contener más sus palabras, a pesar de lo pactado sentía que no estuvo de más decirle lo miserable que se sentía, que no había otro lugar en el mundo en el que pudiera estar mejor que entre sus brazos, que era él y justamente él quien se marchaba y que no se sentía con ningún derecho de reprocharle nada porque ahora estaba condenada a las consecuencias de sus decisiones, le dijo todo esto con la mirada clavada en sus ojos, tocando su cara con ambas manos y con un tono sereno que sabía a sentencia de cadena perpetua, con la tranquilidad inestable de la resignación. Otra vez estaban vestidos, otra vez tenían puesto un disfraz invisible para volver a la cotidianidad de sus días: los preparativos del viaje, las constantes visitas a la droguería en búsqueda de calmantes, la cena en familia, las miradas inquietas, las preguntas con respuestas obligadas, las miradas evasivas, la traumática incomodidad que a veces producen la constancia y la seguridad, el eterno estar donde no se quiere estar. 

El lugar de a poco perdía la calidez de siempre y empezaba a resultar nocivo, él le preguntó si quería que la acompañara hasta unas calles antes de llegar a su casa, ella se encogió de hombros sin responder pero con un gesto de aprobación casi imperceptible, las calles parecían ríos que habían arrasado todo a su curso, dejando completamente desolada la noche de domingo. No hubo tan siquiera un abrazo de despedida, ambos coincidieron en un ‘cuídate mucho’, sus pasos se separaron a dos calles de su casa mientras la lluvia revivía furiosa para apresurarlos.

viernes, 3 de febrero de 2012