lunes, 28 de mayo de 2012

Travesía 2012


Ya va a dar la una de la mañana y yo sigo despierto, -como siempre cuando algo me emociona para bien o para mal- y aunque solo se trate de un corto paseo con la familia, parece que todo conspira para no dejar que por fin el sueño venga y dulcemente me lleve a ese país del que muchas veces he querido no regresar. Si bien sé que hemos dejado casi todo listo, me mantiene intranquilo esa sensación casi intuitiva de que todavía se nos escapó algún detalle que nos pudiera arruinar el día. Encima tengo frío, pero no quiero molestar más a Isabel que no ha hecho menos que todo lo posible para mantenerme contento y cómodo en su casa, como siempre mi hermana, su cariño, sus protecciones y su predilección. Todavía no me acostumbro a esta nueva cotidianidad de mis visitas a Popayán, y no es que no disfrute pasar todo este tiempo en familia, en mi tierra natal y caminando las calles que me vieron crecer, lo que pasa es que hay lazos que aun después de desatados pareciera que la piel no se acostumbra a su nueva libertad, es como sí se extrañara la ruda caricia de la cuerda que te ataba, una rara variante del síndrome de Estocolmo supongo. A las 5:21 a.m. me despierta el golpe en la puerta y sin tiempo de averiguar por qué no ha sonado el despertador, me levanto de un salto para abrirle la puerta a mi hermano. En menos de diez minutos estoy listo pero en seguida me llevo el primer desaire del día pues me entero de que ya no iremos todos los que habían dicho que irían.  Algunos con excusas de última hora, por ejemplo mi primo Gustavo que apenas hace una hora llegó a dormir porque anoche de nuevo hubo rienda suelta a la bohemia y al desenfreno; en un ejercicio de conciencia no me atrevo a criticar nada porque todavía habrán en mí cuerpo algunas consecuencias de la noche del miércoles, justamente en compañía del mismo Gustavo y de Estiven. A razón de estas bajas in extremis y viendo que tan solo somos nueve personas, decidimos que es mejor que vamos todos en el microbús de mi tía, con lo que el desaire ahora es para Fabián que tendrá que quedarse con la gana de conducir el campero de mi papá y hacer rugir ese motor en una carretera que seguramente le exigiría todo lo que es capaz de dar. El clima está peor de lo que cualquiera de nosotros hubiese previsto, yo para darme ánimo y sin comentarlo recuerdo las muchas veces que alguien me dijo que cuando el cielo de la ciudad está despejado seguramente arriba en la montaña habría un fuerte invierno y viceversa, no lo comento porque nunca lo creí cierto. Con estos minúsculos impases salimos rumbo a nuestro destino a las 6:00 am - una hora más tarde de lo previsto- yo espero que Claudia no tenga demasiado inconveniente con nuestra llegada más tarde de lo acordado.

La noche anterior mi conversación con Claudia estuvo muy cordial y fluida, de esas que una vez terminadas parecen dejar un buen sabor de boca, entre otras cosas me ha dicho que necesitamos llevar chocolates, bebidas energizantes y bocadillos, - para hacer la aclaración, es bien sabido por todo caucano que la palabra bocadillo no se refiere a algún pequeño delicatesen ni tampoco a algún pastelillo, sino a una barra de dulce artesanal de guayaba de sabor más bien agridulce y que goza de una nutrida fanaticada a lo largo de la geografía nacional-. Cerramos la conversación con algunas aclaraciones obvias y que nunca están demás acerca de los atavíos adecuados, de las condiciones del viaje y de los detalles de sus honorarios, por último una despedida cálida y amigable. Ya con esta información, la noche anterior fuimos con Julián, Estiven, Gustavo y Erick a aprovisionarnos de los consabidos chocolates, bebidas, guantes y gorros de lana, es una suerte que justo estemos en semana santa, pues en esta época abundan en Popayán los mercados artesanales y nos resultó muy fácil encontrar un sitio dónde comprar ropa y accesorios para el frío. La señora que atendía en el stand, más que señora una chica de unos 28 años, se mostraba bastante coqueta con nosotros tratando de finiquitar alguna compra, claro está, pero sus modales y sus palabras no resultaban ser ni medianamente femeninos ni mucho menos cordiales o atractivos, se llamaba Paola al igual que mi prima y al final su insinuación surtió efecto pues enseguida estábamos bromeando, alardeando y tratando de hacer comentarios agudos y e insinuantes acerca del paseo que nos aguardaba, al final parece que le caímos en gracia y logramos un descuento para nada despreciable por nuestra compra.

Mencioné que iba acompañado por Julián, Estiven, Gustavo y Erick, los tres primeros son mis primos por parte de la familia de mi mamá, me dio gusto volver a ver a Erick después de tantos años, es primo de Estiven y vive en Pasto, y al verlo vienen a mí recuerdos lejanos de una muy buena época, cuando había terminado el colegio y con dieciséis años sentía que podía comerme el mundo con ambas manos y beberme a cántaros el cielo. La última vez que lo vi era un mocoso llorón, egoísta y consentido que se ensañaba en ponerme de mal humor con sus niñerías y sus caprichos, ahora después de cruzar un par de palabras lo percibo un muchacho serio, amable y analítico y por alguna razón parece que todo lo que digo le viene en gracia, así que de inmediato hay camaradería de por medio. Gustavo recibe una llamada y se aleja del grupo y por lo que vislumbramos de su conversación, de antemano sabemos que estará muy difícil que vaya con nosotros al día siguiente, pues la promesa de alguna nueva conquista y de una noche de tragos es definitivamente más fuerte que su espíritu ecológico-aventurero, si lo pienso y hago un poco de memoria debería admitir que este pareciera ser un rasgo familiar, aunque para mí esos días parecen alejarse cada vez más.

Ya en carretera la actitud del grupo es notable, encendimos la radio del microbús y puedo oír algunos tarareos en la parte de atrás, donde van además de mis compañeros de alardeos y compras de la noche anterior, mis primas Ingrid y Paola y también Juan Pablo de quien ni siquiera Paola, - su propia hermana- , sabe a si tiene quince o dieciséis años y como ya se había dicho, Gustavo seguiría a esa hora durmiendo su larga noche. En la cabina vamos mi hermano Fabián, que va conduciendo y parece que ya se olvidó del campero, mi tío Jesús y yo; ya ha dejado de llover y vamos saliendo de Popayán, antes de llegar a la estación de gasolina pasamos frente a las casas de lenocinio en las afueras de la ciudad, donde las meretrices estarían a esa hora descansando y no puedo evitar pensar en una crónica que leí hace un par de días y que relataba que durante los días santos en Popayán resultaría casi imposible que ellas accedieran a atender a sus clientes por el dilema moral y religioso que ello suscitaría, también recuerdo  enseguida la difundida creencia del imaginario ancestral, coloquial y un tanto absurdo payanés, que sugiere que quien incurriera en conductas sexuales durante los días santos sufriría una penosa metamorfosis de hombre en pescado, y a mí se me ocurre que de ser verdad ni juntando los mercados de Noruega y Japón se igualaría la oferta de pescado Payanés. Ya detenidos en la estación de gasolina, mi hermano y yo acordamos con plena convicción que con treinta mil pesos de gasolina sería más que suficiente para el viaje de ida y vuelta, seguimos el trayecto de muy buen humor, ante nuestros ojos el clima mejora bruscamente y vamos intercambiando opiniones bastante ligeras acerca del escenario político y social del país. Sin mayor contratiempo, unos 40 minutos de viaje de por medio y preguntándole únicamente a un campesino que nos encontramos por la carretera llegamos a lo que parece ser una casa comunal del cabildo coconuco; dos hombres, uno de ellos portando un bastón de mando indígena, nos salen al paso para preguntarnos nuestro destino, yo respondo amablemente a sus preguntas, aclarando que Claudia estaría ya esperándonos y que todo está previamente acordado con ella, sin embargo no parecen estar muy contentos con la noticia y nos advierten que todo lo que tenga que ver con visitas eco turísticas al parque debe estar estrictamente bajo su conocimiento. No son muy amables, sin embargo insisten en decirnos que no les interesa ponernos ningún tipo de problema y yo siento que de hecho ya nos están retrasando sin ningún motivo, nos permiten seguir nuestro trayecto no sin antes cobrarnos cuatro mil pesos por persona, nos advierten de una amonestación para Claudia por no seguir los protocolos del cabildo y como ella ya con la llamada de la noche anterior me ha caído muy bien, no puedo evitar sentirme molesto con este insuceso étnico-burocrático.

Diez minutos más de viaje, cinco de ellos por carretera sin pavimentar, y llegamos al hostal de Pilimbalá, una hora después de lo acordado como ya se había previsto, el ánimo no ha disminuido en lo más mínimo, estamos ansiosos, al bajarnos del micro sentimos de inmediato el frío intenso, estamos casi a cuatro mil metros de altitud y como buenos novatos calentanos enseguida corremos a ponernos los guantes, los gorros y las bufandas. A la entrada del hostal un cartel informativo con los detalles de la ubicación geográfica del parque, fotos de los lugares destacados, lagunas, saltos de agua, corrientes de aguas termales y azufradas y también fotos de las especies animales más representativas del parque: el oso de anteojos -único plantígrado sudamericano-, la danta, el venado-conejo, y por supuesto el cóndor andino, emblemática ave sudamericana que hasta hace un par de décadas estaba poco menos que extinta por estas latitudes.  Por lo menos en mí el entusiasmo alcanza su clímax, ¿Qué le voy a hacer? Soy como un niño de treinta años que por lo menos hace veinte tenía ganas de venir, no veo la hora de tomar el desayuno para empezar la travesía; nos recibe una señora muy gentil que nos informa que Claudia ya está lista, nos sugiere tomar de una vez el desayuno y por último se queja de las bajas temperaturas de la noche anterior que no le han permitido tener un sueño reparador. Entramos entonces al comedor, Fabián tiene algunos recuerdos de la única vez que vino y con nostalgia nos comenta de la buena forma física de la que gozaba por esos días, con diecinueve años, -entre líneas demuestra la preocupación por su más que evidente barriga actual- y aprovecha para resaltar que en esos días ya hubo alcanzado la cima del volcán y recuerda que detrás del hostal antaño existían unas piscinas termales, un lugareño presente en el comedor confirma su versión indicándole que una avalancha no muy reciente ha borrado del mapa dichas piscinas. Nos sentamos a la mesa para tomar el desayuno y mi tío empieza a bromear diciendo que los huevos revueltos que nos han servido probablemente serían huevos de cóndor, a juzgar por su tamaño, pero mi primo Julián enseguida replica desmintiendo la versión y aclarando que indudablemente los huevos no serían de cóndor sino más bien de danta. Es un buen tipo mi tío Jesús, también me ha dado mucho gusto volverle a ver, en el camino no perdió oportunidad para presumir contándonos con intencional tranquilidad  de sus constantes paseos en bicicleta hasta Puracé, el pueblo que está en la carretera cinco minutos antes de la casa comunal del cabildo y donde el campesino nos confirmó que íbamos por el camino correcto. A pesar de sus constantes pisoteos a mi forma física, le he seguido la conversación amigablemente, intentando como es habitual en mí, de vez en cuando lanzar un comentario que bien pueda incomodarle y sacarle de sus casillas, en permanentes emboscadas a su indeleble buen humor y su amabilidad. Es un buen tipo como ya lo dije, buen padre, muy correcto, creyente católico empedernido y recuerdo que muchas veces llegué a compararle con Ned Flanders, por su buena forma física –envidiable para un hombre de su edad- su mostacho negro y poblado de años pasados y desde luego por sus prejuicios religiosos y sus convicciones en rigor circunspectas y un tanto mojigatas.

Después de terminar nuestro suculento desayuno con arroz, huevos de especie desconocida, chocolate y pan, y previo haber encargado las truchas que esperamos tener para el almuerzo tras la vuelta, por fin nos encontramos con Claudia, una chica indígena de unos veinte años, amable, de voz apacible y de muy buenas maneras, - a mí me parece que tiene una calidez y una belleza indígena notables y que debe tener uno que otro pretendiente en el resguardo- se presenta al grupo y en compañía de un funcionario gubernamental de la oficina de conservación del medio ambiente nos dan un discurso acerca de la historia del parque, sus características geográficas y biodiversas, recomendaciones para la caminata y posterior ascenso. Entre otras cosas nos dicen que debemos llevar un paso tranquilo y constante, que evitemos detenernos a descansar porque reasumir el paso resulta desgastante, que nos hidratemos tomando sorbos pequeños y que probablemente vamos a sufrir dolores de cabeza y por supuesto asfixia por la falta de oxígeno en el aire. Nos advierten acerca de la importancia de la conservación del ecosistema y de las especies, nos sugieren marchar con mucho respeto y buena actitud y por último observan que estamos sobre abrigados y que todavía no era necesario llevar guantes, gorros y bufandas, cruzamos miradas unos con otros sintiéndonos un poco apenados por nuestra ridícula resistencia al frío. Nada de esto parece menguar nuestra motivación, enseguida nos volvemos a subir al micro mientras guardamos de nuevo los vergonzosos accesorios de montaña y ahora en compañía de Claudia vamos cinco minutos más por carretera hasta la entrada a la mina de azufre.

No encontramos a nadie en la caseta de acceso por carretera a la mina, de manera que nos vemos obligados a dejar allí el micro y a partir de ese momento empezaría nuestra caminata, el clima es muy favorable y permite apreciar a cielo abierto todo el paisaje, empezamos a caminar y a disparar fotos a diestra y siniestra, instantes después Claudia nos propone tomar las fotos de regreso para no retrasar más la travesía, nos adentramos pues en el camino de la mina y de esta forma nuestro ascenso ha tomado forma. La mina pareciera abandonada, mi hermano pregunta por su funcionamiento y para sorpresa también mía, nos dicen que funciona normalmente, aunque por ser viernes santo se encuentra en el más sórdido estado de desolación. En el camino a ambos lados de la carretera instalaciones muy deterioradas de la actividad minera y como fresilla en el postre, una ambulancia abandonada que debe llevar por lo menos diez años parqueada a la intemperie y a algunos metros de un túnel que pareciera ser la mismísima entrada al averno, que no permite la visión a más de diez o quince metros y que a mí se me antoja, le da al lugar las condiciones perfectas para ser la locación de una tremenda película de horror. Seguimos el camino, es una mañana tranquila, y las condiciones son perfectas para admirar las montañas y la vegetación, ya se contempla un paisaje bellísimo, la vegetación y una pequeña laguna nos dan la bienvenida al páramo, los mismos socavones de la mina son espeluznantes, la fauna todavía sigue oculta a nuestros ojos, se ven a lo lejos algunas vacas pastando entre las montañas y se oye próximo el canturreo de algunas aves.

La respiración se vuelve un poco difícil, pero ni siquiera se me pasa por la cabeza comentarlo a los demás, en el fondo sabía que debía tomar el día como una prueba a mi resistencia física, - la perseverancia y el aguante están ad-portas de pasar al estrado-, soy muy consciente de la mala forma física en la que estoy, soy un tipo que nunca hace deporte, que está sentado en una oficina de lunes a viernes y que trata de aprovechar el poco tiempo libre para leer, ver fútbol en televisión, hacerle cosquillas a la guitarra, ir a cine y de vez en cuando ir por un trago, no soy precisamente un atlas o un hércules, me excuso diciendo que me interesa más cultivar otras cosas y en el fondo creo que no es una excusa del todo falsa. Tan solo un kilómetro después de iniciar la caminata desde la mina todos empezamos a sentir un poco la falta de oxígeno, en mi caso en un nivel perfectamente soportable, pero Juan Pablo tiene un gesto de hastío tremendo, su cara cada vez toma más el tono de un fresco queso campesino y empieza a demorar el paso de los demás, ante esta situación minutos después Fabián y Jesús lo toman de los pies, lo levantan y lo mantienen suspendido boca abajo, recordando una técnica que ambos aprendieron en sus días de servicio militar y que según dicen, le servirá para aumentar el flujo de sangre y oxígeno al cerebro, con lo que el pobre Juan Pablo empieza a dejar de parecer un queso fresco, para empezar a parecerse a un gran pescado recientemente atrapado y al que sus pescadores levantan de la cola orgullosos y posando para la foto; foto que no tarda mucho en llegar pues Ingrid y Estiven se aseguran de registrar el momento con sus respectivas cámaras.

Esperamos un rato más para comprobar si la ruda técnica surte algún efecto sobre mi agotado y ahora evidentemente frágil primo, pero al parecer el gesto de hastío es mucho más notorio, continuamos nuestra marcha y ahora Claudia se queda de última en el grupo para alentar al chico, darle ánimos y cuidar de que su situación no empeore, creo que todos nosotros confiábamos en que mejoraría y que aguantaría el resto del camino, pero al cabo de cinco minutos su impotencia y su dificultad para continuar se hacen insoportables, de manera que además de la hora de retraso con la que empezamos, vemos muy disminuido nuestro ritmo al tiempo que también Ingrid ha empezado a mostrar señales de cansancio.

Entre las recomendaciones iniciales se nos dijo que en dado caso que nos sintiésemos sofocados deberíamos detener el paso, permanecer de pie y con las piernas semi flexionadas agachar la cabeza dejando los brazos suspendidos hacia abajo como quien intenta tocar sus pies con las manos pero sin forzar el tronco, una vez asumida esta posición de muñeco huérfano de ventrílocuo se debería respirar profundamente para ayudar a oxigenar mejor el cerebro, para entonces cada vez que miraba hacia atrás parecía que veía a Ingrid en esta posición. Fabián ha empezado a acusar un leve dolor de cabeza y dolor en las rodillas, repentinamente ya no veo la motivación de unos minutos antes y como el retraso incrementa, Claudia ha decidido cortar camino y no continuar por la carretera por la que podríamos todavía ir en el micro si no hubiéramos encontrado desolada la caseta de la entrada a la mina, para mitigar el retraso y salirle al paso a la carretera vamos a subir por entre la montaña y la vegetación, siguiendo un sinuoso camino por entre un terreno un poco pantanoso y donde ya se encuentran algunos líquenes y musgos quemados por las bajas temperaturas. Hacia el sur de repente hace su pomposa entrada el ‘Guardián del Puracé, un cerro solitario que parece desprenderse de la falda y que si se mira desde el ángulo adecuado -justo el que tenemos nosotros en ese momento- traza por entre los relieves de la montaña el perfil de una cabeza con forma humana, como la de un vigilante sigiloso que se ha recostado sobre el páramo para vivir eternamente atento de quién sube a la cumbre. Claudia se detiene para asegurarse de que no pasemos por alto la vigilante presencia, nos cuenta que estamos ascendiendo a un volcán activo e imponente y también nos advierte de la variabilidad del clima en la alta montaña, - puede estar de momento muy despejado y de repente soltarse la ventisca y la borrasca-, los nativos aseguran que la montaña es altamente sensible al humor y al estado de ánimo de sus visitantes y que si se detecta una actitud negativa o irrespetuosa inmediatamente invoca a la inclemencia de las lluvias y el acoso de los vientos gélidos para ahuyentar a las presencias indeseadas. Yo me muestro interesado ante su relato, de modo que continua ahora resaltando el nombre del volcán, ‘Puracé’ que en la lengua coconuco* significa ‘Montaña de fuego’, bautizado así por los nativos de la región que guardan un profundo respeto, como es común en todas las culturas prehispánicas, para con la madre tierra, de paso menciona Claudia que ‘coconuco’ hace referencia a un gran monstruo maligno de cuello blanco, enseguida y como por acuerdo previo mi hermano y yo replicamos que el congreso de la república está atestado de coconucos y también que hay muchos coconucos de una peligrosidad terrible que acechan, atormentan y depredan al país.

La pendiente empieza a hacerse más empinada y lo húmedo y pantanoso del terreno aumenta drásticamente la dificultad del ascenso, para este momento ya Juan Pablo ha empezado a quejarse vehementemente, amenaza con no seguir caminando y quedarse sentado en medio de la montaña; los demás lo alentamos a seguir pero su reacción es de rechazo automático, intentamos sin éxito razonar con él y decirle que es imposible que se quede solo e inmóvil en medio de la montaña, pero ante su obstinación optamos por mostrarnos indiferentes, de manera que refunfuñando seguimos el camino impertérritos tratando en el fondo de generar en él algún tipo de motivación negativa, y como no hay ningún otro remedio, parece que la indiferencia da resultado y a regañadientes y mostrándose entre disgustado, llorón y resignado sigue su marcha con una lentitud tediosa, no obstante Claudia continúa alentándolo y siguiéndolo muy de cerca y muy atentamente, Julián en actitud inconmovible se ajusta los audífonos de su reproductor de música y continúa su andar mientras va silbando canciones pop de los noventa. Faltan unos 500 mts. en ascenso para llegar a una antigua base militar donde a lo lejos se ven algunas antenas de radiocomunicaciones, mi pobre primo a estas alturas genera en mí una dualidad de sentimientos que pasan por la ternura y condescendencia por ser todavía un hombrecillo en plena formación, hasta la desaprobación y el rechazo por aguantar tan poco y sobre todo por el retraso que nos está causando, de manera que no sabría si en ese momento quería decirle ‘vamos que ya tenés 16 años, ya estás grandecito’ o tal vez pensaría ‘apenas tiene 15, es lógico que no aguanta más este paso’, finalmente Jesús se queda atrás y le ayuda tendiéndole su hombro como apoyo para continuar la marcha. - hasta ahora y después de tres sobrinas, una de ellas con diecinueve años, y un sobrino más en gestación del que todavía no se sabe su sexo, empiezo a entender y sentir ese instinto de protección casi paternal que puede despertar un sobrino en su tío- . En estas condiciones, con un paso muy cansino y el ánimo ahora sí notoriamente disminuido llegamos a la base militar y es momento de tomar decisiones respecto a la continuidad de nuestro ascenso.

Mi primera impresión es que ‘base’ es una palabra demasiado generosa para una casa de unos 80 metros cuadrados de área, dos o tres rudimentarios interiores y separada 5 metros de un almacén igual de antiguo y descuidado, tras el que se yerguen un par de antenas de radiocomunicaciones y una veleta que a estas alturas resuena intensamente estremecida por la potencia de los pulmones del páramo. Hay algunas personas en su interior pero mi curiosidad no alcanzó para dedicar ni un minuto a la vida social de alta montaña, de modo que nos sentamos ahí, junto a la puerta del almacén, recostados contra las paredes y sin mayor intención que descansar y recuperar un poco de fuerzas. Juan Pablo descansa y aún sigue de muy mal humor, como reprochándonos a todos el que lo hayamos llevado a tan exigente tortura, Paola no desaprovecha el momento para regañarlo, le recrimina su llanto, trata de hacerlo sentir mal frente al grupo insinuando que es una situación habitual con él, pero inmediatamente ve en su instinto protector de hermana mayor la excusa perfecta para dar por terminada su caminata, así que manifiesta su derrotero quedándose ahí junto a su hermano y argumentando verse impedida para dejarlo solo, los demás tratamos de hacerle continuar, animándola y diciéndole que es una tontería haber venido hasta allí y no intentar siquiera el ascenso final, pero ella en una actitud que yo percibo de un altruismo fraternal notoriamente falso, insiste en que no hay posibilidad de que ella deje solo a su hermano menor, a pesar de que  el guarda a cargo de la base nos ha dicho que no hay ningún problema con que Juan Pablo nos espere adentro, a salvo del frío, mientras nosotros pasamos en el descenso de regreso. De inmediato Fabián acusa que su dolor en las rodillas ha aumentado ofreciéndose él mismo a quedarse con Juan Pablo, cosa que deja sin fundamento alguno cualquier excusa de Paola que viéndose sin el más mínimo derecho de alegato prefiere guardar un incómodo silencio. Fabián decididamente anuncia su dimisión, recordando nuevamente su ascenso de años atrás y promete que al cabo de unos meses y previa adecuación física va a volver hasta la cima para limpiar su orgullo; en ese momento hace su arribo un grupo de seis personas que hasta hace media hora apenas los veíamos lejanos cuando mirábamos hacia atrás, tres hombres y tres mujeres de entusiasmo notorio, uno de ellos es pelirrojo y Fabián bromea un poco diciéndonos que si alguien visiblemente corroído puede llegar a la cima, seguramente cualquiera de nosotros sin problemas llegaría. Aprovechamos el descanso para hidratarnos y comer un poco de bocadillo y chocolates, de inmediato advierto que nos van a sobrar provisiones. Claudia saca de su morral una lata de atún que viene a ser su almuerzo y empieza a abastecerse ávidamente para no demorar mucho más la marcha, ya estamos hacia las once y treinta de la mañana y ahora nuestra última preocupación es Ingrid que ya parece haber recuperado fuerzas y no duda demasiado en continuar el ascenso. Así es que nos despedimos de Fabián y de Juan Pablo que se quedan en la base y tomamos rumbo por la parte de atrás del almacén. A partir de allí no hay una carretera qué seguir en el ascenso, empezamos resueltamente el camino entre fango, musgos, líquenes y nieves de páramo – nombre con que se le conoce a cierto tipo de flor de apariencia gélida que vamos encontrando cada vez más frecuentemente a nuestro paso- apenas unos metros de ascenso y vemos que el grupo ha tomado ya su morfología habitual, en la que adelante vamos los entusiastas, Erick, Julián y yo, seguidos por Jesús y Claudia que intercambian palabras muy poco fluidas y por último y con un paso que consternaría al más optimista de todos los entusiastas a excepción de los que ya he nombrado, vienen Paola, Ingrid y Estiven. Lo de Estiven es apenas razonable, pues mi primo además de un tremendo carisma cuenta con unos noventa y tantos kilos de peso que no se deben precisamente a masa muscular fíbrica.

Yo por mi parte me deleito con el paisaje, estoy pendiente del más pequeño detalle y me aseguro de compartir cada impresión con Julián y Erick, el camino está perfectamente delineado por las huellas de los caminantes, profundas huellas de botas en el fango que nos advierten que cada paso debe ser premeditado y cuidadoso si no se quiere contribuir con la bota a hacer más pronunciado el trazo del camino, de manera que el ascenso se hace más interesante, de repente trayectos fangosos en exceso, de repente una disyuntiva requiere una decisión inmediata de qué camino seguir, la pericia se hace necesaria para dar un salto de uno a otro matorral para que los pies no aporten una profunda huella más entre el barro, también hay que ayudarse agarrándose de la vegetación para sobrellevar los pasos más empinados, de pronto entre lo agreste del terreno se encuentran grandes tapetes de musgos de un verde vivísimo y que a los ojos parecen de un fino terciopelo, pero que al tacto pierden su visible suavidad para convertirse en ásperos tapetes de lija sobre los que es muy seguro caminar, pues no existe riesgo alguno de deslizarse sobre su rugosa superficie; la hidratación es cada vez más necesaria y frecuente, la niebla arrecia limitando con cada metro de ascenso nuestro campo visual, el terreno es solo fango y vegetación de páramo y aunque todavía se oyen lejanas algunas aves pequeñas, la única evidencia de fauna que hemos tenido hasta ahora son las montañas de estiércol vacuno que constantemente seguimos encontrando en el camino; ningún venado, ninguna danta, oso o cóndor andino ha asomado a nuestros ojos, aunque Jesús insista en que el excremento no corresponde una vaca si no a alguna danta con complejos psicológicos y más bien escatológicos de identidad. El viento, la brisa y la niebla ya nos han obligado a utilizar guantes, gorros y bufandas, consciente de mi escaza resistencia a tales condiciones llevo además lentes de sol, pues el viento azufrado lastima los ojos como si llevase en sus furiosas corrientes gotas concentradas de limón, tampoco se me ha olvidado aplicarme el protector de labios, pues desde siempre he padecido los castigos deshidratantes del viento sobre mi boca. Cada vez que miramos hacia atrás vemos que se hacen más notorias las dificultades con las que Ingrid, Paola y Estiven siguen su marcha. El clima ya no es nada favorable y Claudia por primera vez nos advierte que no es muy probable llegar a la cima, el paisaje repentinamente ha cambiado y ha empezado a borrar la vegetación para en su lugar mostrar grandes rocas volcánicas que de alguna forma han sido lanzadas hasta allí desde las fauces de la montaña de fuego, rocas imponentes y amenazantes que, muy a su pesar no sirven de refugio contra el viento; habiendo notado esta precaria protección al tiempo que a lo lejos se divisan las siluetas de un grupo de caminantes que viene en descenso, Ingrid y Paola han resuelto establecer el límite de su alcance físico-aventurero-ecológico-desafiante y comunican su decisión de quedarse al abrigo de una gran roca a esperar al grupo que viene en descenso para bajar en su compañía, Claudia preocupada por la situación pero consciente de que nuestro ímpetu está todavía lejos de menguar, accede a dejar solas a mis dos primas, únicamente porque reconoce a lo lejos a uno de sus colegas que viene liderando al grupo descendiente y dirigiéndose entonces a ellas, les advierte que no deben sentarse a descansar y que va a hablar con su colega en un par de minutos cuando nos lo encontremos en el camino  para que pase a encontrarlas junto a la roca y continuar con ellas el descenso hasta la base. Solo ante estas condiciones seguimos nuestro paso y Claudia ahora nos previene diciendo que solo avanzaríamos una hora más hasta donde nos permita el clima que ahora es inclemente. No es necesario comentarlo entre nosotros para darnos cuenta de lo mal recibidas que han sido estas palabras por nuestros oídos, pues creo que ninguno de nosotros contemplaba la posibilidad de emprender el regreso sin haber dado un vistazo hacia las entrañas del inframundo.

El paisaje rocoso perfectamente delimitado como por una curva de nivel trae consigo  vientos más fuertes, helados y azufrados, el grupo reducido a seis personas y a mí me trae la satisfacción de ver que hemos superado ya dos terceras partes del recorrido y mi físico parece todavía resistir un round más. Mi respiración y pulso van estables, tan solo un poco agitado, el cansancio normal tras más de 4 kilómetros de caminata de alta montaña, indago a Julián y a Erick por su condición y ninguno profiere lamentación alguna, no he hablado con Estiven desde hace más de una hora pues, ante la dimisión de Ingrid y Paola, ahora es él quien va siempre atrás del grupo pero ¿qué más da?, ya su presencia a estas alturas ha superado con creces mis expectativas en él, de hecho yo mismo he superado las mías propias, a pesar de esto ya hace un buen rato he desistido en mi intención de animar a los demás, ya no más arengas, ya no más demorar el paso. El intempestivo cambio de la superficie me hace recordar las clases de geografía en la escuela y la insustituible pirámide de los pisos térmicos de colores: rojizos los primeros niveles, amarillos y verdes los intermedios y azulada la cumbre,  a lado y lado de cada piso los rangos de altitud en metros y si la tarea exigía un buen nivel de detalle, información de paisajes o especies, o incluso lugares del territorio nacional dentro de cada clasificación, vienen a mí ipso facto las palabras páramo, altiplano, tundra, taiga, nieves perpetuas y a decir verdad, no creo que en esta era tecnológica el estudiante alcance tal grado de recordación y sobre todo de aprendizaje cuando la tarea se limita a consultar, hacer una inspección relámpago e imprimir, pero supongo que la opinión pedagógica de un tipo tan chapado a la antigua no tiene lugar en este relato. Tardo en notar que además de que ya no hay arbustos o matorrales, tampoco hay mierda de vaca a nuestro paso, cosa que es de suponer pues no tienen ya los impasibles rumiantes razón alguna para subir más allá de cierta altitud, por fin después de más de una hora llegamos a una suerte de pequeño altiplano que además de aligerar nuestro paso nos permite dar un momentáneo descanso a los pies, que de a poco empiezan a mostrar los primeros síntomas de cansancio tras continuos pasos en una pendiente que tiene más de vertical que de horizontal. El clima ha empezado a congelar los dedos de mis pies, pues hace menos de diez minutos un mal paso me hizo enterrar ambos zapatos en un lodazal, la suela de mi zapato derecho se desprendió un poco y ahora se filtran fácilmente el agua y el frío.

Unas cuántas fotos del paisaje, algunas del grupo y a falta de los últimos 1500 metros hasta la cima, junto a Julián y Erick continuamos  liderando la travesía, ahora nos ocupa la necesidad de alejarnos lo más posible de Claudia y sus perversas intenciones de dar por culminado nuestro ascenso, pero lo que ella no sabe es que desde hace casi una hora aprendimos que el camino hacia la cima está claramente marcado por rocas pintadas de amarillo separadas no más de 100 metros entre sí, de forma tal que se minimiza la probabilidad de extraviar el rumbo, siempre que la densa niebla permita a los montañistas divisar las gigantescas migas de pan. Acordamos entonces que no le daríamos oportunidad a Claudia de acercarse y apretamos decididamente el paso en una actitud cómplice y temeraria que a mí por lo menos me inyecta de aliciente para continuar, pero tras apenas unos minutos de acelerado andar rápidamente empiezo a quedar en tercer lugar, veo a unos 8 metros delante mío a Julián que continua a buen paso y unos 40 metros adelante apenas se dibuja la silueta de Erick entre la niebla y caminamos entre un tupida y tosca alfombra de rocas plutónicas de grano grueso que producen un mayor cansancio a cada paso. La vegetación ahora es casi nula y parece que cada dos metros de avance requieren de un sorbo hidratante del precioso líquido de la botella que llevo en mi mano, a mis espaldas el morral con 3 litros de esta bebida, galletas y bocadillos que en estas condiciones pesan como si el morral obedeciera a condiciones de gravedad propias de Júpiter.

Terminando este pequeño altiplano, una roca amarilla –miga de pan- anuncia la cima a 1000 metros y a su vez empieza la parte más empinada del trayecto, la falta de oxígeno y de matorrales para ayudar cada paso multiplican la exigencia del ascenso, pero Erick no parece estarlo padeciendo, y alterna su andar entre resueltas tomas de la delantera y espacios para divisar el paisaje y darnos espera y ahora entre cada avance-espera, y reasumir el paso una vez le hemos dado alcance, una foto más entre la niebla que limita el marco a un escaso par de metros. Para darnos cuenta de qué tan atrás viene la otra mitad del grupo es necesario esperar un par de minutos a que aparezcan dibujados sus contornos por entre el difuminado horizonte. Aguardamos pues al cabo de un tramo de los más difíciles al pie de una gran roca que nos cobija del viento, sentados y descansando tras una encumbrada pendiente de unos 60 grados en promedio y unos 60 metros de longitud que a mí por lo menos me ha terminado exigiendo más de lo imaginado, esperamos hasta que Estiven nos alcance, la respiración notablemente agitada, el viento lastima los ojos de mis dos compañeros que no están usando gafas, las piernas ya acusan excesivo cansancio, al lector acostumbrado a este tipo de caminatas le resultaría irrisoria y exagerada mi sensata descripción pues hasta aquí apenas vamos llegando a las 5 horas de recorrido. Compartimos impresiones y compartimos también mi botella de bebida energizante, tengo el pie derecho muy húmedo y frío, pues el barro y la arena que se han filtrado en mi zapato han roto el calcetín y a pesar de las molestias que me causan no me atrevo a descalzarme para limpiar mi extenuado pie, una vez más nos reafirmamos en nuestra intención de no renunciar hasta el final.

Más o menos unos diez minutos después hacen su arribo los demás, se han quedado justo antes de empezar el tramo que tanto me fatigó, al lado de una estaca que anuncia 700 mts hasta el cráter, desde allí Claudia nos hace señas con sus manos y nos llama en voz alta para que regresemos, pero el viento le exige gritar para que podamos escucharla, cosa que parece quiere evitar cuanto sea posible, se asegura de no gritar entonces más de lo necesario y un ‘muchachos nos devolvemos ya’ llega a nuestros oídos para generar un gran desencanto, pues Estiven se ve bastante maltrecho por las condiciones del clima y se ha resuelto no elevar más sus pasos hacia la cumbre, en principio nos hacemos los sordos, estamos enojadísimos por el llamado de nuestra guía. Decidimos entonces que Julián se quedaría arriba junto a la roca mientras que Erick y yo descendemos hasta ellos para proponerle a Claudia que nos permita continuar a solas el último tramo, pero su sistemática negativa se ve interrumpida por Estiven, quien viendo nuestra disposición infranqueable se ofrece a esperarnos junto a un enorme basalto mientras intenta reponerse de su asfixia evidente, es claro que no estamos dispuestos a recibir una desaprobación y Claudia lo comprende enseguida, así que con gratitud y mucho de admiración me despido de Estiven que parece no tendrá mucho problema en esperarnos, un último reasumir de la marcha previa hidratación y foto de Estiven que quiere registrar en una imagen los límites de su resistencia.

Entonces frente a mí una revancha contra la pendiente de 60 metros, Claudia aborda con prisa y decisión la marcha seguida por Erick; Jesús y yo ahora cerramos el depurado grupo, ambos compartimos una condición física algo deteriorada por las embestidas del viento y el ahogo, unos cuántos pasos y un fuerte desgarro de mi entrepierna en el costado derecho va en directo desmedro de mi avance, este cruel tramo me ha dejado contra las cuerdas y a punto de lanzar la toalla tan solo 200 metros después de haber dejado en espera a mi primo, a lo lejos un grupo viene descendiendo a paso apresurado y constante, nos animan a continuar pues creo que inmediatamente notan mi evidente fatiga, yo les indago sobre el tiempo restante hasta la cumbre y sobre las condiciones climáticas en la cima y la respuesta me devuelve de inmediato al cuadrilátero de la perseverancia , pues un round de tan solo 10 minutos me separa de mi título mundial por decisión unánime. Busco entonces en mis adentros la fuerza que le falta a mis piernas para desafiar los últimos metros, hacia arriba ahora apenas las siluetas de Erick y de Claudia que parece estar dándonos un fuerte escarmiento, Julián delante de nosotros sin proferir demasiadas quejas, un exhausto Jesús que va un par de pasos  arriba de mí, el terreno de ahí en adelante es arenoso y húmedo, y las rocas son escasas y de un tamaño significativamente menor, hacemos nuestro camino por entre una empinada cuesta dibujada por perpetuos deslizamientos de arena que anticipan la cumbre final, los pies se hunden en la arena por lo menos 3 pulgadas a cada paso, lo cual triplica el esfuerzo que requiere cada avance, mi entrepierna me duele de forma terrible cada vez que doy un paso con el pie derecho que ahora carga un puñado de arena entre la suela abierta del zapato y la planta del pie. El espíritu sin embargo no se doblega y me obliga a dar ahora un paso con la izquierda y ayudar con las manos tras mis rodillas el subsiguiente paso derecho, cada metro de avance cuesta lo de una vuelta corriendo a un campo de fútbol, sin embargo siento que no es esta la parte más difícil de la marcha si no el hecho de ir cerrando el grupo, magnifico entonces el esfuerzo hecho por Juan Pablo, Ingrid, Paola y Estiven quienes en distintos momentos de la jornada compartieron esta condición. No puedo en este tramo caminar erguido, pues debo arrastrar con las manos mi pierna derecha para continuar, en estas condiciones me alegra que Estiven haya desistido de seguir, pues no veo la más mínima posibilidad de que hubiera podido aguantar escenario tan inclemente. Mientras escribo este relato he leído de algunos pueblos en Perú y Bolivia que tienen sus asentamientos en altitudes similares e incluso alcanzan los 5 mil metros, y un escalofrío recorre mi espalda de arriba abajo de imaginar la cotidianidad de mis días inmerso en circunstancias climáticas tan exigentes.

Efectivamente tras unos diez minutos de poner al límite mis esfuerzos mentales y físicos  termina el último y más exigente de los escarpados trayectos que la montaña de fuego interpone entre sus faldas y paisajes y los confines humanos de su seno magmático. Casi andando en manos y pies llego enseguida de Jesús hasta a un aglomerado de rocas de mediana importancia donde termina la ladera, dispuestas ahí para servir de asiento a quienes llegan a la meta, nos están aguardando nuestros extasiados compañeros y nuestra paciente guía. La satisfacción y complacencia de haber alcanzado el objetivo me regocijan, el aire vuelve a los pulmones y las piernas recobran las fuerzas perdidas, nos saludamos todos en gesto de felicitación y orgullo, ahora mientras veo las fotografías ahí tomadas me es imposible encontrar en alguno de nosotros el más mínimo gesto de cansancio o de fastidio. En la cima han vuelto a aparecer rocas medianas, basaltos y gabros en su mayoría, todo alrededor es gris: las rocas, el suelo y la niebla, la visibilidad no supera los 5 metros y según nos dice Claudia, que con el nuestro acumula ya 20 ascensos hasta el cráter, la temperatura debe estar por lo menos 4 o 5 grados bajo cero. A tan solo cien metros de nosotros el gran cráter del volcán, así que sin mayor prórroga avanzamos hasta él y entre la niebla aparecen ante nuestros ojos y justo en los límites del descenso hacia las entrañas de la montaña, dos parejas de visitantes que para nuestra sorpresa y minimizando nuestra gran proeza, están bailando una canción de salsa que proviene de algún reproductor de música o teléfono celular, lo que a Claudia le parece un gesto de poco respeto para con la montaña a juzgar por sus gestos de enfado hacia las parejas.  Pero a nosotros mucho no parece importarnos, en otras circunstancias climáticas tendríamos una excelente panorámica de la cordillera de los andes a la altura del gran macizo colombiano, pero la niebla no lo ha querido así en esta oportunidad, En dirección al núcleo de la montaña una vertiginosa pendiente que intimida de sobremanera: ninguna persona sensata se atrevería a dar un par de pasos hacia abajo, pues un trágico deslizamiento parece inminente y no parece haber oportunidad alguna de detenerse, el intenso olor a azufre y algunas fumarolas lejanas obligan a imaginar un erebo próximo y amenazante y si la niebla lo permitiera tal vez se podrían encontrar las huellas que hubiese dejado cerbero en juguetones escapes hacia las afueras de su hábitat.

Las fotografías de rigor, unas del limitado paisaje que permite la niebla, unas de cada uno en solitario y otras en grupo, Claudia se ofrece para tomarnos la foto a los cuatro perseverantes, nos ánima a mostrar un poco de entusiasmo para la foto, y en seguida me reprende por mis excesos celebrativos. Ahora llegan hasta nosotros dos hombres que de dar la ronda por el cráter, se quejan firmemente del clima, de la niebla y de la nieve presente del lado opuesto del cráter, Claudia ante nuestro gesto de curiosidad señala que tardaríamos una hora en hacer la ronda pero que la niebla haría que nuestros esfuerzos no merecieran la pena y nos recuerda que la tardía hora – 2:30 p.m. - tampoco nos permite continuar siquiera mucho tiempo más en la cima, de manera que nos sugiere tomar las últimas fotos y alistarnos para el descenso.

Así pues nuestro próximo objetivo está pactado en dar la ronda por el cráter buscando que el clima nos acompañe, esto nunca se dijo pero asumo por los códigos de honor que ya se han establecido a lo largo de la jornada, que Julián y Erick  tanto como yo, aguardamos con ansiedad la definición de una fecha para el próximo ascenso. Sin mucho más por hacer en la cima, doy un último vistazo hacia los territorios de hades antes de abandonar sus vecindades, levanto del suelo un par de piedras gemelas angulosas cuyos destinos son un lugar entre mis libros para una de ellas y según me he enterado ahora, el escritorio en la oficina de su encantadora destinataria para la otra.

Sin intermediar palabra Claudia inicia a un ritmo que me parece exagerado el regreso por entre el suelo arenoso y vertiginoso en descenso. El paso acelerado es definitivamente menos exigente de regreso, y no me sorprende que el último tramo que costó en ascenso por lo menos 30 minutos, lo hemos cubierto de vuelta en tan solo 7, pero la prisa y la superficie arenosa del suelo me han representado hasta ahí 3 caídas tras sendos deslices en la arena que me han hecho bajar derrapando algunos metros. Sin mucho más que contar de lo que el lector imaginará casi que de forma unánime con lo ocurrido llegamos hasta el punto de espera de Estiven, quien está notablemente recuperado y se une a nuestra marcha cuando alcanzamos de regreso la superficie rocosa y con escasa vegetación, debo cuidar cada paso pues la suela de mi zapato que ya tanto esfuerzo me ha costado es una latente amenaza de irme de bruces contra una roca. El cansancio vuelve a estremecer mis piernas, el hambre nos angustia a todos, Erick se ha ofrecido ayudarme con mi morral y como me parece justo tras haberlo llevado durante todo el ascenso acepto su ayuda  sin dudarlo demasiado. El camino de regreso no ofrece mucho a nuestros ojos, excepto  por la panorámica que se extiende a medida que se esfuma la niebla y un águila de páramo que levanta el vuelo buscando entre la vegetación algo de alimento para posarse posteriormente a unos 40 metros de nosotros.

Treinta minutos más, cansancio, hambre y por lo menos cuatro caídas de mi parte y algunas otras de Estiven y Julián de por medio, llegamos a la base de las antenas, pero contra lo que esperábamos no queda nadie ya en su interior con lo que da inicio el operativo de localización vía celular de mis dos primas. La señal es débil y aun nadie responde a las llamadas, mientras tanto llegamos de nuevo a la carretera por entre los pantanos, el clima ha mejorado y teniendo en cuenta que la carretera ha permanecido visible durante la mayor parte del camino de vuelta, confiamos en que Ingrid y Paola fácilmente encontrarían el sendero para regresar, por lo que su suerte en la montaña no ocupa demasiado nuestras mentes como para, por lo menos, hacer olvidar el hambre y el cansancio. Ya en ruta por la carretera y a un kilómetro de la mina de azufre algunas llamadas desde Popayán suenan altamente preocupadas por las dos mujeres, quienes en un insensato arrebato de preocupación por sentirse extraviadas tras un par de horas sin encontrar el camino de vuelta llamaron a nuestros familiares en la ciudad para informarles de su infructuoso divagar, cosa que ha hecho a su vez que las mujeres de la familia entraran en pánico y por ese efecto bola de nieve que genera siempre el sobresalto y que casi nunca lleva a resultados favorables, han llamado a la cruz roja y creo que hasta a la defensa civil, generando la cosa más parecida que haya visto en la vida a una tormenta en un vaso de agua. Ante la noticia Claudia no puede ocultar su preocupación, su enojo e intranquilidad, pues aunque comparte con nosotros alguna preocupación por el bienestar de mis primas, también teme que el aviso a cuerpos de rescate pueda causar la pérdida de su evidentemente necesaria fuente de ingresos. Casi con la puesta del sol llegamos a la mina, el cansancio es inocultable, empero, hemos tomado descansos obligatorios un par de veces durante el recorrido en la carretera.

Finalmente encontramos a Ingrid y Paola frente a la caseta de entrada a la mina donde deberíamos haber encontrado también el microbús, pero mis dos primas que se quejan de un terrible cansancio y están en actitud de caprichoso reproche hacia todo el mundo, nos tienen noticias de Fabián y Juan Pablo que las escuchan nuestros oídos, pero que lastiman directamente nuestras maltratadas piernas: en el trayecto hacia el hostal buscando su almuerzo, el microbús se ha quedado sin gasolina y con el pueblo más cercano a por lo menos 6 kilómetros, recuerdo haber visto en el camino por carretera una venta clandestina de gasolina que debe estar por lo menos a una hora y media de camino a pie. Los ánimos del grupo han quedado gravemente heridos dejando solamente lugar a la resignación, las quejas y los reproches. Paola inculpa -sin decírselo directamente- a Claudia por su extravío y una posterior caminata de aproximadamente dos horas en búsqueda del camino de regreso, pues las inexpertas exploradoras haciendo gala de una pobrísima memoria desviaron el camino siguiendo la carretera hacia los confines de la mina hasta llegar a un punto de retorno obligatorio que las ha dejado exhaustas y de muy mal humor.

Ya no hay sol y el frío arrecia, mis piernas están a punto del calambre y siento como si miles de pirañas arremetieran vorazmente contra los músculos de mis muslos y mis pantorrillas y a su vez las plantas de mis pies sienten cómo el peso de mi cuerpo se ha multiplicado por efecto del cansancio, siento que voy a reventar los zapatos si no me los quito, no obstante no estoy dispuesto a dejar que los músculos se relajen y empiecen a sentir posteriormente el dolor intenso del enfriamiento tras la extenuante jornada, de manera que no hay muchas esperanzas de encontrarnos pronto con el microbús y como el frío promete empeorar las condiciones decido seguir caminando por lo menos hasta llegar al hostal, cosa que representaría por lo menos 40 minutos más de caminata. Otra vez Julián, Jesús y Erick parecen estar de acuerdo conmigo y de nuevo empezamos la marcha. El resto del grupo, incluyendo a Claudia y las dos parejas de baile, sigue nuestros pasos por carretera con la misma resignación y cansancio excesivo que intimida con llevar en cualquier momento a alguno de nosotros al desfallecimiento. Tras unos últimos 30 minutos de tortuoso andar por fin viene Fabián a bordo del microbús a nuestro encuentro, ha tenido que empujarlo un largo tramo y por supuesto está agotado, Juan Pablo padece de tos y fiebre por los acosos del clima. Fabián da la vuelta al vehículo y en seguida subimos a él, un par de minutos después dejamos a Claudia y los demás en la entrada al hostal, me despido gratamente de ella y le pago los 35 mil pesos que habíamos acordado por su acompañamiento. Pasamos pagando la gasolina que le han fiado a mi hermano dejando eso sí, algunos de sus documentos personales como aval, un silencio prolongado acompaña la hora del viaje de retorno bajo una estrellada noche de abril de 2012.