miércoles, 13 de noviembre de 2013

Carta abierta a la ciudadanía de Popayán

Queridos paisanos:
La semana pasada estuve de vuelta en nuestra ciudad, disfrutando una esperadísima estancia que muy a mi pesar fue únicamente de once días. Todos sabemos lo que uno espera cuando está próximo a pasar unos días en la ciudad blanca: Tranquilidad, un clima húmedo pero acogedor, un sol que acaricia la piel en lugar de quemarla, aguaceros torrenciales que parecieran la antesala del diluvio universal, delicias gastronómicas que el resto de Colombia ignora. De verdad no sé cuántos de ustedes se imaginan cuán preciadas llegan a ser unas empanaditas de pipián, un domingo en la tarde cuando se vive lejos del Cauca, un paquete de carantantas para acompañar una cerveza, unos aplanchaditos que sin importar lo desmigajados que puedan estar, siempre son recibidos como un exclusivo manjar. No, no creo que muchos se lo lleguen a imaginar. Es cierto que el sabor de la tierra llama, es cierto que el aire que se respira en el terruño natal es único, es cierto todo eso que muchos han dicho a lo largo de la historia acerca de sus respectivos lugares de origen, pero el motivo de esta carta no tiene orígenes gastronómicos, ni de enternecida añoranza, pues es ante todo una declaración de indignación por la triste actualidad payanesa. Espero que a muchos de ustedes les esté doliendo la ciudad como a mí, que les hiera el abandono infame al que está sometida, la creciente serie de vejámenes que se viven día tras día en la ciudad y que parecen aseverarse continuamente, y todos los sabemos: Popayán es la ciudad con mayor índice de desempleo en el país, la gasolina en Popayán es la más cara del país, la inseguridad en las calles de Popayán crece con voraz descaro, los tiquetes aéreos desde y hacia Popayán son los más caros del país -incluso más que los de San Andrés, en ocasiones es más barato volar desde Bogotá a Miami que a Popayán-, la ciudad continúa siendo golpeada por el desplazamiento forzado, tanto el gobierno payanés como el caucano figuran siempre entre los más ineficientes y corruptos del país, -¡vaya récord por batir!, los más corruptos en medio de un país azotado por la corrupción-, las obras del maestro Martínez han sido robadas recientemente de su casa-museo, las calles de Popayán son una compacta y enorme pista de motocross -el 90% de las vías están destrozadas-, nuestros indígenas llevan más de 50 años en medio del conflicto armado y mueren mientras luchan porque no pueden cultivar sus tierras, las carreteras interdepartamentales, salvo la vía a Cali, están en un vergonzoso estado, la vía Popayán - Neiva nunca ha sido pavimentada,  la ciudad es centro de operaciones de grupos armados ilegales y de bandas criminales, vivimos en un departamento con costa pacífica que no tiene vía al mar. Todas estas, además de varias cosas que omito para no extenderme, se sufren a diario en una de las ciudades con más riqueza histórica del país, con una geografía envidiable y que se ubica en medio de unos paisajes naturales que muy pocos sabemos apreciar. Sé que muchas de las aquí mencionadas son miserias con las que históricamente hemos convivido, pero también estoy completamente seguro, paisanos, que estamos peor que nunca. Hace unos años pensé que habíamos tocado fondo y que pronto vendría una recuperación, y es que, la esperanza muchas veces es amiga de la ingenuidad. ¿De dónde se podría esperar una recuperación? No podemos cambiar si no hay voluntad de cambio, no se puede esperar que la intervención salvadora venga de los dirigentes, porque se han cansado de demostrarnos durante décadas las mismas 4 familias que dominan la región desde la alcaldía y el congreso, que no les interesamos como población. No quiero entrar en detalles que nos recuerden lo buenos para nada que son nuestros dirigentes, es algo que vivimos y sufrimos todos los días, no es necesario que alguien nos lo venga a recordar. La intención principal de este escrito no era en realidad dar cuentas de todos los flagelos que nos aquejan, como se pudiera pensar, pero era necesario un preámbulo que intentara suscitar la indignación que debería tener la población de una ciudad tan hermosa y con tanto potencial como la nuestra. El solo hecho de caminar las calles del centro y ver que los lugares de siempre siguen ahí, intactos, regocija el alma y devuelve un poco la fe: Nuestra ciudad es una flor que no se marchita, que resiste ventiscas y pisotones, en Popayán los atardeceres siguen robando el aliento, las calles siguen inspirando delicadas páginas de poesía y las más hermosas melodías de nuestros músicos, la Universidad del Cauca continúa formando profesionales competitivos a nivel global, nuestros páramos siguen siendo el manantial que hidrata, mueve y apaga la sed de Colombia entera. Popayán no se rinde, no se puede rendir, no se puede permitir, no se puede ser indiferente al abandono, al saqueo, a la burla de los dirigentes, a la cruel influencia de los actores de un conflicto que ya no puede ni debe seguir. Esto entonces, estimados paisanos, no es una diatriba contra nuestra ciudad ni sus habitantes, no es un pretencioso escrito con fines políticos, es un llamado a querer a nuestra ciudad, a no resignar nuestra capacidad de indignación, a recordar algo que se llama voluntad del pueblo y a despertar y reconocernos como pueblo, hay una identidad que nos debe mover. Nos tienen abandonados, es verdad, pero nadie nos va a reconocer si seguimos con el mismo silencio, los mismos dirigentes y el mismo conformismo.


Cuando mis once días en Popayán terminaron e iba rumbo al aeropuerto de Cali, vi una valla sobre la panamericana que dice, palabras más, palabras menos: “Popayán es tu ciudad, quiérela, cuídala, respétala”. Falta algo muy importante: “Hazla respetar”.


PD: En el centro del parqueadero principal del aeropuerto de Rionegro, mismo que le sirve de terminal aérea a Medellín, una de las más bellas obras del maestro Édgar Negret, El Sol, se pudre ante la mirada de antioqueños, colombianos, extranjeros, payaneses. A nadie parece importarle.


Cordialmente,

Un payanés indignado.

jueves, 25 de julio de 2013

Las lecturas que se oyen

Siempre de alguna manera insólita me golpean recuerdos de las cosas que leo. Hay muchas que imagino cotidianamente, otras tantas que recuerdo con minuciosa precisión, pero también hay otras que escapan a mi memoria y en algún rincón olvidado de mi cabeza se mantienen al acecho, solapadas en océanos de tiempo, en áticos de días incontables que súbitamente se reducen a la nada. Desde esa metafísica habitación del subconsciente esta mañana me ha golpeado justo en los tímpanos una de mis favoritas. En los tímpanos, porque algunas de las cosas que leo por fortuna también se pueden oír. El placer de escuchar la versión oral de fragmentos de mis piezas de literatura favoritas se puede comparar con muy pocas cosas en realidad. En la hamaca, en la ventana junto al balcón, en un vagón del metro, en las transiciones en la oficina, una tarde de domingo, -no lo he intentado en la ducha porque mi reproductor de música no es resistente al agua-, siempre es grato tomarse un tiempo para disfrutar la interpretación hablada de esos fragmentos geniales que alguien algún día escribió. La desconcertante sorpresa fue que no encontré, tras googlear un rato nada breve, una versión on-line, escrita, del texto que con tanto sosiego recordé esta mañana. Y por una consecuencia fácilmente imaginable, no quise más que transcribirlo desde mi reproductor de música y consignarlo aquí, para que cuando alguien más en algún lugar del mundo quiera leerlo, sepa que hoy, en medio de un rutinario día de trajinar en la oficina me asaltó la memoria, y caí tiernamente, y fui víctima de la GUERRA FLORIDA, del gran Julio Cortázar:

GUERRA FLORIDA

Usted es una ñatita peligrosa y yo le voy a hacer la guerra. Para empezar le tiro estos obuses y con una bazuca supersónica le anulo las defensas exteriores, mientras mis tanques ganan las zonas vulnerables y los aviones bombardean sus terrenos más críticos. 
Después usted se rinde, claro, aunque nunca se sabe y es por eso que mis reservas estratégicas entrarán en acción si es necesario hasta obligarla a levantar bandera blanca. Todo esto es triste pero vivimos en el siglo XX y usted sabe muy bien que no es posible dar tregua al enemigo. 

Ñatita: ¿Usted creyó todo esto? Le haré la guerra, esté segura, pero vaya mirando los obuses: ¿No ve que son manzanas de rionegro? Fíjese bien en la bazuca, tiene una camiseta de Estudiantes de La Plata primera división. Los tanques, ¿no los siente? tienen dedos para abrirse un camino despacito, y los aviones son abejas haciendo aterrizar en sus pestañas, en su nariz, y en su trompita que llora por llorar, porque se debe, porque no hay que rendirse sin llorar, protestando un poquito, para que nadie diga que fue fácil.